1. Fluir con el dolor: no negarlo ni anestesiarlo, sino abrirnos a él y acogerlo con compasión.
2. Dejar pasar pensamientos tóxicos de autoculpabilidad u otros que actúan dramatizando el dolor y, por tanto, generando sufrimiento.
3. Tener paciencia y darnos el tiempo suficiente para curar las heridas.
4. Procurar hacer ejercicio, dormir y alimentarse bien.
5. Marcarse un horario: estructurar el exterior mientras el interior todavía sigue dolido.
6. Postergar las decisiones importantes.
7. Buscar y aceptar el consuelo y apoyo de los demás.
8. Rodearse de cosas vivas: plantas, animales, naturaleza…
9. Disfrutar del silencio y el arte: meditar, silenciarse, pintar, escribir…
10. Organizar los fines de semana y las fiestas, evitando así el aislamiento en días señalados.
11. Si todavía sentimos que nos quedaron “asuntos pendientes” con la persona fallecida, escribirle una carta o llevar a cabo un rito de despedida.
12. Saber y recordarnos que todo es impermanente, incluso el dolor. Confiar en que la vida nos permitirá desplegar los recursos necesarios –tanto internos como externos– para superar la pérdida.