Muchas veces nos ponemos metas muy altas y por lo tanto poco realistas. Perdemos las perspectivas y no nos hacemos conscientes de los pequeños pasos, aquellos que nos acercan a nuestro propósito de manera firme y serena, aquellos que nos permiten “recalcular” y hacer un alto en el camino cuando sentimos que debemos descansar para recobrar fuerzas, aquellos que nos permiten tener la mirada amplia no solo en el camino y en el paisaje, sino también en todo lo que sucede en nuestro interior.

El hecho de reconocer que en las pequeñas cosas anida la virtud, nos expande y alimenta, como la pequeña semilla que, enlazada a los ciclos de la naturaleza, solo podrá convertirse en un gran roble si vive cada una de las estaciones sin prisa, pero sin pausa, abriéndose a la experiencia de vivir, paso a paso… no hay mapas para la semilla solo un anhelo profundo basado de la certeza de lo que Es.

En el mundo de la inmediatez que vivimos es muy fácil perdernos y distraernos o creer que existen recetas milagrosas para casi todo. El solo hecho de pensar en grandes cambios nos llevan a espacios de resistencia, y cuando estos resultados en los que habíamos puesto todas nuestras enormes expectativas no suceden, nos encontramos nuevamente frente a frente con la frustración.

No debemos olvidarnos de que muy próxima a la zona de confort se encuentra la zona del pánico. De hecho, es frecuente oír frases tales como: “hay que salir de la zona de confort” o “fuera de la zona de confort habitan los milagros…”