En el arte hay creatividad y todo acto creativo implica renovar nuestra mirada sobre el mundo que nos rodea. La práctica de la atención plena o mindfulness nos lleva a investigar con nuestra percepción de la realidad. Asociado a la visión, el proceso pictórico que más se asemeja a la investigación con la atención es el del paisaje.
Convertimos en un acto consciente el arte cuando nos damos cuenta de qué relación tiene lo visualizado con nuestro mundo interno. ¿De qué emociones teñimos nuestra percepción de la realidad? ¿Cuáles son los pensamientos que se generan en esta contemplación?
Desde esta perspectiva, podemos superar el miedo a que dar un espacio al pensamiento pueda perjudicar la creatividad y espontaneidad. Los pensamientos son observados y tenidos en cuenta, pero la creatividad surge desde el espacio de observación, no desde el del pensamiento y la interpretación analítica.
La práctica de la contemplación nos lleva una y otra vez al observador de todos estos estados, que está más allá de la propia mente. La creatividad lleva a una visión más lúcida, limpia y clara. Desde la mera actividad intelectual, los productos artísticos tienden a resultar en complejos collages de experiencias pasadas.
Sin embargo, el arte transpersonal lleva a trascender la mente, y resulta en un arte que tiende hacia la abstracción y simplificación de las formas observadas. Existe una intención consciente que aleja a este arte de lo ingenuo y carente de intencionalidad, propio del arte infantil. El proceso de abstracción lleva el arte al terreno de la meditación, y al contacto con la Mente Profunda que nos inspira.
Existe, por tanto, una búsqueda de la Verdad, de descifrar el mundo ilusorio que se nos presenta para investigar en sus costuras y desvelar lo falso de la complejidad con la que se nos presenta, algo que no es sino proyección de nuestra actividad mental.
Desde la visión transpersonal, cada acción en nuestra vida se convierte en arte si nos lleva a contemplar con ojos renovados la vida, y percibimos su flujo incesante e inteligente, que brota de nuestra propia Belleza interna.
La percepción clara y lúcida de la realidad nos devuelve una imagen más ordenada, una vez que el ruido de nuestras proyecciones mentales se va reduciendo en el propio proceso de contemplación.
La realidad se va mostrando, así, más tal cual es y, en un proceso de desarrollo interno y en espiral, nos va llevando hacia el descubrimiento de lo que somos.
Nos damos cuenta de cómo nuestra subjetividad tiñe la realidad y, al expresar fuera este mundo interno y subjetivo, nos liberamos un poco más de él. Ahora somos capaces de observarlo y comprendemos cómo eso que estábamos percibiendo como real, en
realidad, nos habla de este instante de consciencia, con sus apegos y rechazos. Un instante que pasará tarde o temprano y que vemos como ilusorio, en la medida en que permanece atado a la temporalidad.
La búsqueda de la Verdad en el arte nos lleva, por tanto, a encontrar el puente entre esa ilusión y la realidad de la quietud interna de aquello que la observa dentro de nosotros.