Consciencia y amor
Por José María Doria
Desde que se saborea en carne propia lo que puede denominarse como un creciente “darse cuenta”, es decir un estar cada vez más atentos, puede decirse que la aventura de la consciencia ha comenzado.
A partir de ahí disfrutamos de una progresiva inclusión como manifestación significativa de esta carrera de expansión sostenida. Sucede que “la olla se ensancha cada vez más”, con lo que caben más ingredientes o aspectos que anteriormente habían sido excluidos por incompatibles.
Cada nuevo estadio o peldaño de la gran escalera hacia la consciencia de unidad es producto de una previa integración de las dualidades precedentes y su consiguiente trascendencia.
Llega un momento en el que la mente lógica deja de ser la “herramienta estrella”, por no poder encajar la inclusión que demanda la expansión de consciencia.
Este es el momento en el cual se activa la mente paradójica. Este “modo de la mente” permite conciliar lo anteriormente excluido. Sucede que lo agrio puede convivir con lo dulce, el frío con lo caliente y lo profano con lo sagrado.
La consciencia es amor y no puede concebirse la una sin el otro.
La expansión del amor camina de la mano de la expansión de la consciencia. De hecho, a mayor expansión de la presencia, más amor y compasión siente quien se habita desde la creciente mismidad.
De la misma forma que la consciencia se despliega desde un nivel 1-prepersonal, en el que la persona camina al igual que en un sueño, hasta el nivel 3-transpersonal del despertar, el amor se despliega desde la pasión ciega de las hormonas, hasta alcanzar la compasión universal, patrimonio del alma despierta.
En estados de conciencia de mayor expansión no se pone el tradicional énfasis en lograr “ser buenos frente a no ser malos”, sino en “vivir despiertos frente a vivir inconscientes”.
La bondad no es un objetivo sobre el que ejercer presión, sino la manifestación natural de un corazón abierto y una consciencia más despierta.
En todo caso, se trata de crecer integralmente y, desde ahí, dejar que broten nuestros valores más nobles.
El darse cuenta, y las opciones que tal despertar conlleva, permite asumir la responsabilidad de nuestra vida. Tal maduración es consecuencia de la progresiva autoconsciencia que, de pronto, parece haber sustituido al deseo de santidad o al “buenismo” parcial de un ego aprisionado en mandatos.
José María Doria
Fundador Escuela de Desarrollo Transpersonal
Extracto del libro El Jesucristo Transpersonal