La Terapia Transpersonal, en su máxima expresión, contempla una reeducación que posibilita el tránsito del yo-psicológico al Ser Esencial o identidad profunda. Y si bien la Terapia Transpersonal integra las anteriores olas de la psicología –psicoanálisis, cognitivo–conductual y humanismo–, su objeto de trabajo no se detiene en la identidad persona o yo psicológico como último destino, como sí sucedía con los anteriores paradigmas. Lo transpersonal da un paso más al abordar el salto a una identidad mayor y universal, desde cuya dimensión cesa la ignorancia y el sufrimiento.
Mientras que los anteriores paradigmas establecían lo cognitivo y la personalidad–yo como última meta, la mirada transpersonal apunta al reconocimiento vivencial de lo que somos, habiendo dejado atrás “lo que pensamos que somos”. Tal reconocimiento no se da por voluntad o por méritos personales, sino que sucede de forma translógica mediante la comprensión, un acontecimiento transformador éste que se abona acallando el pensamiento y adentrándonos en el silencio que somos.
Que la terapia transpersonal no se detenga en el nivel personal como última meta no excluye el que ésta integre la unificación del yo psicológico en su proceso. De hecho, tal y como veremos posteriormente, el paso de integrar y unificar dicho yo es requisito para trascender e ir más allá del mismo, accediendo a la identidad esencial.
Ahora bien, ¿qué significa en realidad ir ‘más allá’ del yo–persona, como se desprende del término trans-personal? Por una parte, significa trascender el mundo de los conceptos y vivir la vida desde lo que Es, es decir, contemplar el fluir de los acontecimientos desde la conciencia de la interconexión de todo y comprender, asimismo, que las cosas suceden en el “gran juego” o “escenario de la existencia”. Por otra parte, conlleva ir más allá del modelo mental, propio del nivel persona, para saborear la vida tal cual es, sin la dualidad y separación en la que vive el “ego encapsulado”.
Así, la Terapia Transpersonal se basa en propiciar el discernimiento nuclear de, por una parte, la personalidad, es decir, lo que creemos y pensamos ser, y por la otra, la identidad transpersonal. Este tránsito conlleva una revolución tal en la vida del ser humano, como lo es la cesación del sufrimiento, el saboreo de la belleza y de la verdad, así como el brote natural del amor y la compasión desde su perspectiva más incluyente y universal.
Nuestra identidad profunda no está condicionada, como tampoco se “logra” ni se “alcanza”; de no ser así, sería un objeto cambiante y perecedero más.
La gota no puede hacer nada por cambiar, perder o ganar su sustrato: es agua. La gota es la forma cambiante que adopta el agua. Haga esta lo que haga, seguirá siendo agua, aunque se transforme en vapor o en río que por la ladera resbala.
Los seres humanos somos la forma que adopta la vida–conciencia, y nada de lo que pueda suceder, de lo que podamos hacer o dejar de hacer cambiará nuestro “sustrato fundamental”. Esta comprensión y las vivencias derivadas marcan un hito en la vida de toda persona que no exime de trabajar en la dirección de un yo sano e integrado, pero colocado “en su sitio” y ya no rector de la vida.
¿Deseas profundizar en esta temática?