De vivir sin sentido a encontrar un sentido a mi vida

 

De vivir sin sentido a perder el sentido

En la infancia uno vive despreocupado y ajeno a la idea de que la vida pueda tener sentido alguno. Se vive en el presente porque no se dispone de la capacidad cognitiva ni la abstracción para mirar de una manera tan amplia. Se vive en el fluir despreocupado de lo prepersonal, de la misma manera que el río baja sin inquietud por llegar al mar. No necesita saber su sentido.

La amplitud nos llega de golpe y sin aviso, en el peor momento posible. En una etapa de transformación tan grande como es la adolescencia surge una necesaria crisis existencial, y la gran pregunta

¿quién es uno y qué he venido a hacer en el mundo?

y podemos instalarnos de por vida en la filosofía existencialista que no deja de ser un “rebuscado filtro adolescente”.

La crisis existencial normal adolescente no busca trascendencia, sino apuntalar un ego bien constituido y formado. Hasta entonces habíamos tomado el sentido de la vida que compramos en nuestra familia de origen, asumiendo sus decretos y valores. En esta fase ambigua y de pérdida, cuando pensamos que “la vida no tiene sentido” lo hacemos de una manera amarga y depresiva.

¡Hemos perdido el sentido tan claro que tenía antes, cuando nos adaptábamos a lo que “había que hacer”!

Sin embargo, se abre la puerta de la libertad individual. La crisis existencial adolescente posibilita una buena salida del nido, sin deudas y con libertad de movimientos.

Al adolescente y al joven les duelen no sentirse vistos, reconocidos y dudan de su pertenencia a los grupos adultos en los que el sentido de la vida es ajeno a sus necesidades individuales de expresión y creatividad. Todo este dolor ante el sentido de la vida es prepersonal, sucede antes de conformar una personalidad sólida con un sentido claro de la vida y un propósito. Es más bien un “no tengo idea de nada” que un socrático y transpersonal “solo sé que no sé nada”.

Como en tantas ocasiones, lo prepersonal y lo transpersonal se dan la mano en apariencia. Son estados menos “solidificados” del ego, con mayor nivel de incertidumbre y apertura.

Encontrar un sentido personal a mi vida

Tras lograr salir del estado de confusión vital y apertura propio de la adolescencia, salimos del destino familiar al llegar a un nivel personal y maduro de conciencia. Encontramos entonces respuesta a la propia misión en la vida y conectamos con un propósito verbalizado externamente que nos compromete y nos guía.

… en invierno el sentido de la vida es diferente que en la primavera

Víctor Jara

Es la etapa de concretar y bajar a tierra nuestros sueños. El ego “campa aquí a sus anchas”, sintiendo que es el creador del propio destino. Todo depende de la propia responsabilidad y esfuerzo. Hay confianza suficiente para dar el primer paso, tras el que siguen los demás. Se da una perseverancia que, como dice el I Ching, acaba “trayendo ventura”. La fuente de energía sobre todo es motivacional: creer en nosotros mismos, creer en nuestros sueños, ir tras ellos.

Encontramos nuestro proyecto y el grupo de compañeros afines en el que, al fin, encajamos. El sentido de la vida se refuerza en esa colaboración, nos sentimos al servicio de la sociedad y de un gran proyecto. Somos importantes y nos vemos “haciendo caja” y “ganando un nombre”. Buscamos el éxito externo y el logro que nos conduce a encontrar ese “gran porqué del vivir” y permite “soportar cualquier cómo”, como expresó Friedrich Nietzsche.

Llegan los obstáculos e impedimentos, pero de manera madura sabemos estar por encima de los vaivenes emocionales y atravesar con esfuerzo las diferentes situaciones.

En este nivel personal puedo creer que el sentido de mi vida es conseguir un mejor coche, tener hijos, ser el mejor en lo mío. Y es necesario jugar a ese juego. Es necesario distinguir la literatura que, revestida de magia y espiritualidad, en realidad trata de dar fuerza personal para alcanzar y servir a este nivel. Algo que señala en la dirección de construir un ego más sólido, no de trascenderlo.

Los deseos que surgen en lo prepersonal se convierten en motivaciones para continuar en lo personal. De lo contrario, inseguros, caemos pronto en la consecución de nuestras metas.

… el sentido de la vida es el que quiera darle

Ángela Huya

Uno descubre entonces que el sentido de la vida no viene dado de fuera. Hay un juego en la vida, que es el de darle sentido. Es importante aquí cómo reescribimos nuestra propia historia. Podemos reencuadrarla para ver que hasta los momentos más dolorosos tuvieron sentido. La fortaleza del sentido actual viene en parte de atravesar aquellos desiertos de sinsentido.

Encontrar el sentido es como tener la clave de wi-fi, sin ella se gastan datos

Tatiana Muñoz

El sentido empieza a construirse en un devenir fluido, abierto a lo que va viniendo.

En palabras de Víctor Frankl, el ser humano entonces busca y construye su sentido de una manera activa. Es fácil que en algún momento dado surja el agotamiento en este nivel de automotivación, de esfuerzo personal. El ego se nutre del reconocimiento externo, necesitamos además de realizarnos que los demás lo vean. Buscamos ser significativos, significarnos en nuestras actividades, pero los reveses de la vida siguen llevándose los “castillos de arena sin cimientos sólidos”.

Por fortuna, puede venir de nuevo una gran crisis que nos haga perder todo lo que parecía tan sólidamente asentado. Una crisis que suele darse en el ciclo de los 40-50 años. Es aquí donde se da el acceso maduro a la búsqueda de un sentido trascendente y de un propósito mayor que el elaborado a nivel personal.

Lo que toma fuerza como factor fundamental para cualquier persona es la conciencia de que algo valioso y muy importante está aguardando para esa persona y solo para esa persona, por esto cuando tenemos algo por lo que luchar nos levantamos con actitud y esfuerzo para conseguirlo, de lo contrario podríamos incluso llegar a estados de profunda depresión.

Santiago Arjona

 

FORMACIONES