“Diario del Camino Secreto de Santiago”, por Marta López Blanco

Marta López Blanco comparte su Diario del Camino

Diario de 4 días:  “En el Camino”

Marta López nos deja un bellísimo testimonio de la dimensión profunda e iniciática del Camino de Santiago.

Podemos casi captar la belleza de la vivencia a través de este diario en el que, etapa a etapa, la “peregrina” Marta nos comparte “trozos” de su íntimo camino.

Desde la Escuela organizamos el Camino Secreto de Santiago cada Semana Santa, partiendo miércoles Santo -este año 12 de Abril-, y regresando el lunes de Pascua -día 17 de Abril-.

Se trata de una aventura iniciática que realizamos con un grupo de compañeros no casuales. El Camino de Santiago es una invitación a recorrer este histórico peregrinaje en Atención Plena…

*Alojamiento en hoteles y autobús “escoba” durante todo el Camino

Diario Camino Secreto de Santiago
Salida Camino Secreto de Santiago

“La salida de Santiago es mágica. Serpenteamos por las calles de la ciudad como una larga y silenciosa serpiente…”

Día 1. Soleado. Jueves Santo.

Diario Camino secreto de Santiago 2014
Día 1 Camino de Santiago

Camino detrás de ti en fila india, fijándome en tus movimientos. A la vista me atrae lo que nos diferencia. Coges el cayado con obstinación, como si alguien te hubiera enseñado que esa es la única forma de hacerlo. Tu mano asida a su tronco casi con desesperación. Llevas las piernas demasiado juntas y tus zancadas las hacen entrar en fricción. Mueves las caderas con poco control, los brazos van desacompasados.

Dejo de mirarte.

Me centro en mi caminar. Mi ritmo no es el tuyo, las huellas de mi pasado me dejan unos brazos, unas piernas, unas caderas distintas. Mis pies pisan hacia fuera, mi espalda ligeramente hacia delante, mi mano resbalando sobre el cayado por llevarte la contraria. Si miraras hacia atrás también verías todas estas diferencias y sin embargo avanzamos en la misma dirección a un paso de distancia.

La salida de Santiago es mágica. Serpenteamos por las calles de la ciudad como una larga y silenciosa serpiente, cargada de palos que avisan el ritmo de su avance. Entramos en la Catedral con el sonido de la gaita colándose dentro de nuestros corazones, mientras nuestros pasos siguen firmes el colear de la fila recién formada. Rodeamos el altar y entramos a abrazar al Santo. La estatua se mantiene firme mirando al centro de la nave guardando a sus espaldas miles de abrazos humanos. Qué rico el contacto. La energía de tanto abrazo se pega a mí y me siento vestida para el resto del camino. Santiago, free hugs!!!

Despacio, vistiendo la túnica de abrazos, bajamos a la cripta guardando silencio. Es un pequeño momento para agradecer a la energía del lugar los buenos augurios con que nos abraza. Un gesto de honrar a esta tierra lo que guarda con celo para nosotros, los viajeros, los caminantes, los peregrinos.

Salimos a la ciudad con la última campanada de las diez.

La magia está en marcha….

En los primeros pasos todo nos brinda símbolos. La energía sagrada que guarda Santiago se cuela profundo en nosotros y caminamos devotamente en silencio por las calles recién levantadas. El encuentro del cayado con las aceras va marcando nuestro ritmo. Toc-toc, toc-toc, suenan las agujas del reloj que a partir de ahora marcará nuestro tiempo durante cuatro días. Vamos al final de las tierras siguiendo la antigua tradición celta de culto al “Ocaso del Sol”, vamos hacia el Aris Solis. Caminamos hacia el cabo sagrado de Fisterra donde acaba el mundo, donde muere el Sol. Vamos en busca de la barca de Caronte, que un día llevará nuestras almas al más allá, a la isla de la eterna juventud. La muerte para empezar la vida.

El camino se nos muestra con belleza. La bendición de los robles del parque desciende sobre nuestras cabezas. El trino invisible de los pájaros chispea en nuestros oídos y una suave fragancia de eucalipto nos envuelve. Todo nos va saludando, animando cada paso que damos. El agua con sus emociones susurra y desaparece sin dejarse ver. Los colores danzan en wisterias, rododendros, begonias y camelias. Y el toc- toc de los cayados responde: “Gracias, Gracias”.

Nos detenemos en lo alto de una colina y contemplamos Santiago devorado por la niebla. ¿Qué dejamos atrás? ¿Qué pasado miramos?

Atravesamos barrios, bosques, carreteras, aldeas… y vamos entrando en el territorio de lo desconocido, en el territorio de quien somos, de quien fuimos.

El camino me habla de obstáculos que sortear, de baches que podría evitar, de superficies que parecen lisas pero que sin embargo son más exigentes, más duras; de momentos blandos y esponjosos donde mis pies celebran la hospitalidad; de cuestas largas y difíciles donde el apoyo y la fuerza del grupo son vitales; de arcadas vegetales que celebran la aventura de mi paso; de piedras que ruedan y pueden hacerme caer como un tronco pelado.

El camino me habla de tantas cosas que me cuesta escucharlas todas. Tendré que volver a pasar, tendré que volver a vivir.

Mi atención se posa en el cayado. Grueso, robusto, de avellano recio, tan alto como mi nariz. Un apoyo que me da peso en tierra para que no me vuele mientras voy comprendiendo. Y mis apoyos, ¿quién son mis apoyos?

Un apoyo para sostener el peso en los momentos difíciles.

Un apoyo para marcar el ritmo y sostener el paso.

Un apoyo para subir, un puntal para bajar.

Un apoyo que facilita el camino.

Un compañero fiel.

Cruzamos un puente hermoso que marca el paso de la muerte a la que nos encaminamos para poder emprender la nueva vida. Lo cruzamos con toda la naturalidad pero algo nos hace detenernos justo en medio. No somos conscientes de la trascendencia de este símbolo pero el río nos dice, “deteneos, contemplad lo que dejáis atrás, miraos”. Tomamos fotos de un lado y de otro, juntos, separados, los lazos comienzan a estrecharse. La primera foto de grupo.

Camino detrás, casi la última, y contemplo los apoyos que llevo delante, guardando el paso, enfrentando el camino, estoy bien guardada, la vida me cuida.

 

Día 2. Nublado. Viernes Santo.

Diario Camino Secreto de Santiago 2014
Día 2 Camino de Santiago

Treinta y dos kilómetros por delante. Salgo feliz de Negreira, la cabeza llena de mariposas. La energía expandiéndose en grandes olas.

Hoy siento que la maestra es la fila.

Voy sintiendo la diferencia entre caminar en un lugar o en otro, testando mis posibilidades. Me siento a gusto cerca de la cabeza, siento que es mi área de confort, puedo ver lo que está por llegar, lo que es posible alcanzar. Entiendo así que necesito proyectos de poca distancia, necesito ver lo inmediato.

Cambio de lugar.

La larga fila delante de mi se me hace interminable. En las cuestas me siento clavada siguiendo su ritmo, que no es el mío todavía!! Mis pies quedan enterrados y siento la urgencia de adelantar. Adelantar los obstáculos lo antes posible… por dios, si no me puede dar algo!! Adelanto y algo se calma en mí. Siento el poder de la fuerza en mis músculos y me animo a incrementar el ritmo. Vuelvo a la cabeza sin apenas darme cuenta aunque la sensación de culpa se instala en algún lugar conocido.

Pruebo a colocarme en el último puesto, en la cola. Hay algo en este lugar que me hace sentir a gusto. Es la energía de la gran madre que protege y sostiene al grupo, el apoyo incondicional de la fuente creadora. Qué hermoso cerrar y proteger; contemplar el paso sinuoso de la fila experimentando el camino y ser el último para atestiguar. El testigo de lo que más allá acontece, los pasos que invitarán al silencio a seguirles. Abrazo a la fila desde atrás con el amor de una madre.

Me invitan a colocarme la penúltima y todo cambia.

Aquí hábito una niña frágil, una niña que depende de la protección que camina tras ella. Niña y madre. Madre y niña. La una a un paso de la otra, las dos formando parte de mi.

El día está preciosamente nublado.

Oigo susurros desde las márgenes del camino pero mi mente chisporrotea tan alto que deja poca escucha al cantar del camino. Tomo conciencia de la cháchara y respiro el olor acre de la hierba fermentada bajo plásticos y neumáticos. Gritan de color las guirnaldas abigarradas de los rododendros desde los jardines. Escucho el trino de los pájaros que me hablan desde ramas que no alcanzo.

Mis pensamientos vagan por los pasos de mi vida. Mi familia, mis hijos, mis amores, mis trabajos….los pasos que me han traído hasta aquí. Una construcción precisa, ordenada, constante. Camino con todas las piezas encajadas formando lo que en este momento soy, una construcción de experiencias.

Cada detalle me llama al presente y es tan sencillo que su pureza me emociona.

Nos detenemos un rato y hablamos del mundo que quedo ahí fuera. Salta el fuego, arde por un instante la chispa y nuestros corazones se crispan recordando de dónde venimos. Sonrisas después, cuidados, cariños y de vuelta a la fila.

Una anciana nos ve pasar esperando a un lado del camino. La muerte vestida de negro con una hoz de media luna en la mano. La muerte en vida con su mensaje en las manos tocando las miradas que la alcanzan. Cierro los ojos.

Ahora las líneas rectas de la carretera marcan un ritmo limpio y cadencioso que invita al cayado a seguir su geometría. Caminamos varios kilómetros siguiendo carreteras rectas y mis pies agradecen la tersura de su superficie. El asfalto cuida de mis últimos pasos y mis dedos se van apoyando en su negrura. Su oscuridad densa y espesa me da apoyo, me sostiene.

Hoy los sonidos son ecos de avellano sobre el asfalto, cuchicheos de voces, trinos de pájaros que se esconden, mugidos de bienvenida que preguntan: “¿qué tal todo?”

“Bien”, respondo, “…¿y vosotras?”. “Todo bien”, dicen ellas, levantando la cabeza mientras pastan.

Estamos en territorio vacuno.

Camino un rato a la cabeza en un descenso empinado. Abro los brazos y vuelo, los pies me siguen fieles pero el precio del vuelo será caro después. Cuando aminoro el paso siento la responsabilidad de la fila a mis espaldas. ¿Voy demasiado deprisa?, ¿demasiado despacio?, ¿cuál es el punto justo?. Me giro para comprobar que me siguen a una distancia prudente. Liderar no es fácil.

Otros sonidos nos acompañan llegando al destino del día, maquinaria en funcionamiento, algún coche volando en dirección contraria y después, al final ya, las suaves quejas de mis pies que van sintiendo el cansancio de llevarme encima.

 

Día 3. Nublado. Sábado Santo.

Diario Camino Secreto de Santiago
Día 3 Camino de Santiago

Empieza el día con un cierto aire sagrado, contemplativo. La fila se traza en silencio y los cayados comienzan a marcar el ritmo de la marcha. Camino sobrecogida. Hay un peso en la atmósfera que invita a profundizar. En mi cabeza se va abriendo paso el mantra de “aquí y ahora” que me ha sugerido mi compañera de habitación. El mantra gira en mi cabeza, me centra y habito el camino.

Un grupo de hórreos me trae la imagen de monumentos funerarios ancestrales. La muerte está presente en ellos con su carácter sagrado. El pueblo en silencio, las tumbas elevadas sobre setas de piedra devolviendo la memoria olvidada. Los muertos celtas, los ancestros acompañando con su espíritu.

La muerte, mi muerte.

Camino junto a un enorme muro de piedra recién construido a la salida del pueblo, Oliveiroa. Mi resistencia perfectamente construida. Al reconocerlo caen lágrimas por mis mejillas y lo siento estremecer en mi interior. Tantas horas de construcción que ahora se tambalean. Tomo una curva en el camino pasando por encima de un riachuelo. Emociones. Emociones filtrándose entre las piedras desmontando el muro de resistencias.

Me maravillo del lenguaje del paisaje y lo disfruto con intensidad el resto del día. Continuo con el mantra “aquí y ahora”, y me entrego a la belleza del paisaje que poco a poco va elevándose ante mis pasos. Un amarillo intenso de genista va salpicando las laderas que ascienden lentas.

Postes de luz, contemplo postes de luz que se pierden carrera arriba cruzados de líneas de alto voltaje y puedo vernos, nosotros, el grupo que avanza conectado por cables de gran intensidad. Conectados ¿hasta dónde, hasta cuando?

Después los molinos.

Los molinos solitarios girando el cambio o esperando el impulso.

Hoy es tierra de molinos, ayer de vacas, antes de jardines.

Hoy es maestro el paisaje,

ayer fue maestra la fila,

anteayer me habló el cayado.

Momento de cambio, de respirar mi ritmo, de respetar tu ritmo.

Camino paseando por mi futuro y me fijo en el trazado del camino y cómo voy sintiéndome. Estoy a gusto, voy concentrada, me siento en paz. Mi futuro parece hermoso, con ascensos y descensos pero con hermosas vistas que llegan lejos, muy lejos… No alcanzo a ver. Me encanta pasear por mi futuro, la vegetación se muestra brillante. Flores minúsculas saltean de gotas coloridas las praderas verdes, los matorrales oscuros.

Sigo a la fila y hoy no siento el peso de los pasos que me quedan por andar. Hoy veo la belleza de las siluetas de los compañeros y la posición que ocupan. Ver el futuro desde el final de la fila, es placentero y revelador. Estoy exactamente donde quiero estar y todo se me brinda hermoso. Voy recogiendo detalles por el camino para hacer una guirnalda de palabras después. Paso junto a una mancha de bosque quemado donde florecen azulinas. La vida fertilizando la muerte de belleza.

Nos detenemos frente a un crucero en un cruce de caminos.

Sobre el crucero, la virgen abraza a su hijo muerto. Cinco de nosotros nos detenemos, unimos nuestras manos y rezamos a petición de un escrito. Palabras sobre una piedra que piden por Mark. Nos emociona el momento, nos cogemos de la mano creando un círculo de amor para él.

Camino mucho tiempo atrás, deteniéndome a fotografiar los detalles. Busco el camino mullido, suave para mis pies con ampollas.

Rosa ha perdido sus zapatillas.

Rota la fila, llegamos a la ermita de las Nieves. Un rincón precioso. Una ermita antigua, sembrada sobre praderas verdes. Me tumbo bajo un platanero generoso que me acuna con su sombra. Contemplo trozos de cielo entre las ramas en penumbra. Mis pies agradecen la parada. Encuentro dos ampollas más, dos resistencias al avance.

Camino junto a una compañera, fuego con fuego. Cruzamos algunas palabras y después callamos. Delante una pareja camina lenta al ritmo de grandes mochilas. La carga de toda una vida a cuestas. Al pasar entre ellos siento que rompemos algún hilo tenso y algo cambia, pero nunca sabremos más.

Un poco más allá camino en trío con las tres emes. Estamos en sintonía, nuestros nombres, nuestra historia, nuestras elecciones… Lo que hay en común va abriéndose camino entre las diferencias que nos separan. Estamos seguras de conocernos de antes, de habernos reído juntas en un tiempo pasado.

Un mojón achatado como un enano de cuento nos corta el paso. Nos detenemos al iniciar el descenso de dos kilómetros a Cee. Las tres juntas de espaldas al mar posamos con nuestros palos unidos. “To the End” leen unas letras doradas sobre la panza del mojón coloreado de verde. Hasta el final, allá vamos, e iniciamos la bajada. Una cuesta abajo pedregosa donde los torrentes del invierno han dejado su huella arrastrando tierra y cantos. Todo está expuesto, a la intemperie. Es una prueba para mis pies, para mi avanzar. Llevo un tramo del camino contándome “tengo voluntad y perseverancia para avanzar”. Estoy preparada, llevo encima todo lo que necesito. Me apoyo en el cayado y voy remando hacia delante. El equilibrio perfecto, mis pies avanzan despacio. Estoy muy concentrada, puedo hacerlo.

“Todo es posible”.

Bajo sorteando obstáculos, piedras sueltas, dolores. Bajo contenta, confío en mí. Una amiga acaba de recordarme la imagen de seguridad que ofrezco al mundo y comprendo que no es solo una imagen, es una conexión con mi ser profundo que confía, que sabe quién es.

“Confía en ti”, es el mensaje de hoy.

Al llegar abajo respiro y una enorme sonrisa se dibuja en mis labios. A unos pocos pasos una anciana me sale al encuentro y pregunta. Hablamos de ella, de mí y del cayado. Se lo ofrezco pero muy seria me responde: “todavía te hace falta guapa”. Escucho de sus labios las palabras de mi abuela y abrazo a las dos. Me despide recordando los lobos que se oyen por la noche en el páramo. Al día siguiente yo aullaré como un lobo en la ceremonia del fuego.

Recojo reflexiones del día:

¿Cómo nos han cambiado las zapatillas de Rosa?

¿Cuantas zapatillas de Rosa hay en mi vida?

¿Por cuantos cruces de caminos he pasado sin detenerme en las dificultades por las que otros pasaban?

Día 4. Soleado a rachas. Domingo de Resurrección.

Diario Camino Secreto de Santiago
Día 4 Camino de Santiago

Salimos de Cee escuchando los gritos de las gaviotas y celebrando el inicio del día. Los cayados vuelven a marcar el ritmo de nuestros pasos. Serpenteamos por el paseo frente al puerto y siento la presencia cercana de un viejo hórreo. Bajo la cabeza en gesto de respeto y tengo la certeza de inclinarme ante un monumento funerario ancestral. La memoria de los ancestros sosteniendo el camino.

A partir de este momento los ancestros se acercan, me guían a través de su reino. Recorremos un barrio de casas en ruinas transitando el pasado que murió envuelto en olvido, el mismo que los fue cubriendo a ellos durante siglos. Aun así su presencia es poderosa.

A lo largo de todo el día se asoman al camino recordándome que están ahí, que son ellos los que sostienen la sabiduría ancestral que impregna el camino que piso. A tramos voy cruzándome con desconocidos, descendientes de aquellos, que con su quehacer diario guardan el trayecto de los que vendrán. Ahora que los he sentido, los saludo uno a uno, jóvenes, niños, ancianos, adultos… sintiendo la necesidad de honrarles en su labor de siglos. Sus rostros contándome lo que vieron, lo que fueron, lo que son junto al camino, custodiando en silencio los senderos transitados por tantos antes que yo.

Al llegar arriba se abre una pradera amplia, con una gran casa al fondo custodiada por una hermosa palmera. El jardín del paraíso cerrado sólo por un sencillo palo cruzado. Siento la belleza en mis pulmones y camino ya por el bosque prometido. Se suceden los hórreos, los ancestros siempre presentes.

Nos detenemos junto al mar.

Fotos de amigas, de grupos, fotos de recuerdos de unión, de momentos compartidos, de secretos hallados. Momentos grabados en nuestra memoria por siglos.

La fila continúa sus pasos. En el bosque un campo amarillo, una cruz en el centro recordando la unión del cielo y la tierra en el corazón de los hombres. El sendero avanza, el silencio se espesa. Avanzamos lentos, la fila se rompe a trozos y vuelva a formarse unos metros más allá. Compañía buscando compañía, soledad en el medio. Cada uno fluyendo en la experiencia del día. Subimos ligeras lomas, bajamos suaves cuestas y en un recodo el mar plomizo aguantando el peso del cielo encapotado encima. Estalla un ruido de pólvora en el horizonte. Celebran nuestra cercanía desde el Final de las Tierras. Nos sienten, nos celebran.

Pero todavía es pronto, nos detenemos en una pequeña cala para recibir el baño sagrado de las aguas. Me retiro a las piedras, a mi lugar de escucha. Al volverme hacia atrás veo la fila de ancestros que me ha traído hasta aquí, la fila desde el principio de los tiempos, mi línea de sangre. Frente al mar, sólo yo, aquí, ahora, la punta de flecha que apunta al futuro, a un sinfín de posibles posibilidades.

Ecos de palabras se forman en mi interior:

Sé de dónde vengo.

Sé a dónde voy.

Sé quién soy.

Me encojo como una semilla frente al mar y los tres tiempos palpitan en mí. Soy la expresión presente de mis ancestros, soy la expresión pasada de mi futuro. Soy todo en el presente.

Me reúno en la playa con los que han recibido el abrazo del agua. Juntos meditamos unos instantes con la mirada posada en el horizonte, en el futuro hacia el que caminamos.

Caminamos en un silencio cerrado. Mis pasos son cortos y lentos como los de una anciana. Mis pies apenas pueden caminar, tantas las resistencias a la muerte, tanto el miedo a la nueva vida. Acercándonos a Fisterra, las aguas turquesas del golfo rozan con delicadeza las arenas blancas de la playa acariciando mis pies desde la distancia. Me alivian algo.

Enfilamos en fila estricta la última subida al faro. Mis pies cansados apenas se mueven pero me queda fuerza, mi cuerpo está entero. Voy la última, la anciana del cayado.

El abrazo arriba es inmenso. Formamos unidos un gran útero y bailamos la danza del renacimiento celebrando la fertilización del golfo por las aguas del océano. De uno en uno vamos entrando en el interior del útero para volver a nacer, para empezar de nuevo y de uno en uno sentimos el abrazo del resto, un abrazo que quedará para siempre impreso en nuestra piel como una marca de nacimiento.

Sólo unos pasos nos separan del límite de la tierra con el principio del reino de los océanos. Nos sentamos entre las piedras del acantilado que mira al mar y meditamos juntos atestiguando la muerte del Sol que hoy se estrecha en una fina línea de luz presionada entre dos planchas plomizas, mar y cielo. El sol muere en silencio, apenas visto. Al fondo la barca de Caronte navega llevando las almas de los que parten, de los que ya nos dejan, mientras nosotros, con la certeza de la muerte, volvemos a la vida.

En la playa nos colocamos en círculo. Un círculo sagrado entorno al fuego que se ha ofrecido a sanarnos, a bendecirnos. Le abrimos un agujero en la arena para que pueda fertilizar a la tierra y tomar nuestras ofrendas. Por turno y entrando en el templo a través de dos varas de avellano, vamos ofreciendo lo que nos pesa, lo que nos sobra. Vamos pasando en silencio tendiendo nuestras manos. Él quema nuestras resistencias, nuestro dolor, nuestros apegos. Transmutando lo que fue y ya no es, dejando nuestro cuerpo libre de las cargas que deseamos desprender. Renovados, volvemos a nuestro lugar.

Camino detrás de ti en fila india, fijándome en tus movimientos. A la vista me atrae lo que nos une. Coges el cayado con la firmeza de alguien que confía a donde va, que sabe hacia donde se dirige. Tu mano asida a su tronco casi con veneración. Llevas las piernas juntas y tus zancadas avanzan dispuestas a lo que viene. Mueves las caderas con suavidad, bailas, los brazos libres a los lados.

Dejo de mirarte.

Me centro en mi caminar. Mi ritmo es el tuyo, sigo el avance de tus pisadas. Mis pies pisan con los tuyos, mi espalda ligeramente hacia delante, mi mano firme sobre el cayado por acompañarte. Si miraras hacia atrás, también verías lo que nos parecemos avanzando en la misma dirección a un paso de distancia.

Por Marta López Blanco 

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