Tenemos miedo de los conflictos de pareja.
El otro día una pareja me decía, en consulta, que desde que habían comenzado el proceso de terapia sentían que las discusiones entre ellos eran más frecuentes.
Cuando decimos “conflicto de pareja”, “conflicto con los hijos” o “conflicto en el trabajo”, parece que estamos dibujando una pequeña tormenta sobre nosotros.
El conflicto es una palabra que parece ensuciar todo aquello que toca; pero, en realidad, expandir la consciencia es abrazar el conflicto.
Y no podemos abrazar nada que no hayamos visto antes.
El conflicto es el ruido de la vida. Es la fricción de la existencia. Es el sonido del río cuando fluye hacia el mar. Y un río que no fluye, es un río congelado y estancado por la culpa.
El conflicto de pareja es una puerta hacia la libertad
Recuerdo las discusiones con mis parejas como un cataclismo. Recuerdo que las vivía como una pérdida de la pureza del amor, una renuncia a la belleza y un fracaso de mi capacidad de amar. Las vivía incluso como un error de elección.
Entonces no sabía que cada conflicto de pareja es una gran oportunidad para ser más libre.
Nadie me enseñó que la vida contiene tanto espacios luminosos y placenteros, como lugares sombríos y desapacibles.
El conflicto en la pareja es una puerta abierta hacia la habitación donde duerme, olvidado, nuestro niño interior.
Por eso digo que el conflicto con nuestra pareja es una oportunidad para soltar expectativas infantiles y hacernos más responsables de nosotros mismos.
Nos enfadamos porque el otro nos está mostrando algo que no aceptamos de nosotros mismos.
“La vida mancha” era el mensaje de un anuncio de detergente que nos mostraba a un niño pintando con las manos su propia ropa.
Las relaciones de pareja en ocasiones también “manchan”; pero aquello que vemos sucio, nos pertenece tanto como lo que se muestra luminoso.
La mancha de vino sobre el mantel muestra tanto la alegría del brindis, como la falta de atención al haber derramado unas gotas de la bebida.
Como decía un monje tibetano en la película Sabiduría Garantizada, si estamos pendientes de no derramar la sopa de nuestro cuenco, no podremos apreciar en nuestras manos el calor que ésta desprende.
Vivir mancha.
Una de mis escenas favoritas de American Beauty es cuando la pareja está a punto de reconciliarse sexualmente en el sofá, y entonces Annette Bening le pide a Kevin Spacey que tenga cuidado de no manchar con su cerveza la carísima seda de la tapicería. Él entonces reacciona alejándose y el reencuentro se desvanece, mientras que la tapicería del sofá queda intacta.
A qué juego estás jugando en tu relación de pareja
¿Por qué la mayoría de las parejas eluden los conflictos, no los resuelven, o los ven como algo muy negativo?
Porque el conflicto es el mejor espejo que nos ofrece la vida en pareja para reconocernos a nosotros mismos.
Nuestra forma de encarar el conflicto nos dice si estamos jugando a tener la razón, o bien a ser felices en la relación.
Cuando jugamos a tener razón, los conflictos erosionan relación.
Jugamos a tener la razón cuando queremos sobreponernos al otro. En las discusiones suele desencadenarse una “lucha de egos” en la que aparece ira, acusaciones mutuas,
sentimientos de culpa e indignación. En este escenario no tiene cabida la compasión ni la vulnerabilidad.
La reactividad es la situación emocional que más veces ha estado presente en mis relaciones de pareja pasadas. La impaciencia y la impulsividad han tendido a gobernar mi carácter.
Mis relaciones estaban centradas en ‘mí mismo’, antes que en el ‘nosotros’. Me resistía a abandonar el territorio del ‘yo’ cuando estaba con el ‘otro’.
Del mismo modo, cuando me sentía solo y herido por la reactividad de mi pareja, no sabía dejar un espacio para que cada uno conectara con sus emociones más profundas. Más bien le demandaba, una y otra vez, que resolviera mi sentimiento de abandono.
La ira es mi emoción atávica más natural y, a la vez, la que menos expreso. En mis relaciones de pareja no he dejado espacio para la ira. Cuando la sentía llegar, la bloqueaba porque no “debía” sentir un pecado capital.
Sin embargo, ahora puedo decir que la ira es energía de vida para mí. Antes confundía ira con agresión, porque a fuerza de reprimirla transformaba mi ira en violencia.
La ira me ha enseñado a marcar límites y a protegerme de relaciones dañinas.
Yo no expresaba la ira porque me hacía sentir culpa. Recuerdo una vez, de niño, que rompí una puerta de una patada persiguiendo a mi hermano. Sentí mucha vergüenza por lo que hice.
La culpa es vergüenza congelada, y está en la base de muchas emociones. Nos lleva a sentirnos erróneos, debido a la sensación de estar separados del amor.
Como esa separación no es real, ya que nunca nos separamos del amor, la culpa solo es el instrumento que usa nuestro ego para alejarnos del Ser.
Cuando la relación de pareja está centrada en el Ser, el conflicto no es importante.
Cuando una pareja juega a ser feliz, le da la bienvenida al conflicto, porque su presencia permite crecer y prosperar en intimidad profunda.
Ahora me doy cuenta de que había falta de intimidad auténtica en mis relaciones, porque arriesgaba poco. Hacía lo adecuado, lo que se esperaba de mí, pero no lo que realmente sentía que debía o quería hacer. Tampoco expresaba aquello que sentía, porque tenía miedo de no hacer lo correcto.
Solo pude abrazar la intimidad cuando me permitía sentirme vulnerable.
Creo que mi evolución en la pareja ha consistido en ir, poco a poco, concediéndome permiso para sentirme vulnerable.
Desde la intimidad profunda puedo estar presente en el conflicto, abrazando a mi niño interior. Solo yo puedo brindar seguridad a ese niño herido del que hablaba en otro artículo de este blog.
Solo yo, no mi pareja, puedo resolver el sentimiento de abandono del niño interior.
La sombra en la relación de pareja
Cuando hablo de conflicto estoy en realidad hablando de la sombra de la pareja
Los elementos de la sombra son aquellos aspectos o cualidades nuestras que permanecen ocultos en nuestro inconsciente y que proyectamos en el otro.
Cuando no podemos abrazar el conflicto, pensamos que esos elementos de sombra no nos pertenecen, sino que forman parte del otro.
En las relaciones íntimas es donde emerge nuestra sombra con más fuerza.
La pareja de la que hablaba al principio de este artículo expresaba que discutían más desde que acudían a terapia.
¿Para qué sirve entonces la terapia?
Para ser más conscientes de nuestra sombra, y así poder integrarla.
Cuando pensamos que la causa de nuestro malestar está en el otro, no asumimos la responsabilidad de nuestros sentimientos. Esta es una forma inconsciente de vivir el conflicto en la relación.
Cuando nos hacemos responsable de los propios sentimientos, el conflicto se hace más visible. Es hora de observar lo que nos ocurre por dentro. Ese sentimiento de malestar trae un mensaje para nosotros.
¿Qué podemos hacer cuando sentimos el conflicto como algo dañino para la relación?
Comunicar a nuestra pareja lo que está surgiendo de nuestro interior. Comunicarlo de forma clara y profunda, sin jugar a tener la razón. Hablar de forma no defensiva e intentando abrirnos a nuestra vulnerabilidad.
Para alcanzar una intimidad madura en la relación de pareja, es esencial trabajar con nuestras sombras desde la compasión y la confianza para, de este modo, aceptar las sombras, amarlas y transformarlas juntos.
Si quieres vivenciar esta temática te invitamos al Retiro del 29 de septiembre al 2 de octubre en Quito.
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