Multitud de estudios nos dicen ya que la meditación mejora nuestra calidad de vida.
Muchas de esas investigaciones estudian los beneficios de esta práctica en personas con dolor crónico, ansiedad o estrés y demuestran, entre otros muchos efectos, la reducción de la ansiedad y de la depresión en porcentajes nada desdeñables de casos. La práctica totalidad de los participantes en estos experimentos reducen la percepción del dolor y aumentan su bienestar. Y todo esto tras realizar unos minutos al día de meditación durante un periodo de unas pocas semanas.
Es verdad que hay muchas enfermedades que no se pueden sanar o curar con meditación, pero según la ciencia en una proporción muy alta se da un beneficio importante en la salud de quienes introducen esta práctica en su vida, y desde luego no es preceptivo padecer una enfermedad ni tener una edad o perfil determinado para iniciarse y beneficiarse en esta apuesta de bienestar.
Ciertamente no podemos escapar de la enfermedad ni de la muerte.
Las preocupaciones por el futuro no nos dejan saborear la vida, y nos perdemos en la cavilación y anticipación casi constantes. Demasiadas veces nos pillamos enganchados al placer y evitando a cualquier precio el dolor: ya Freud y su “principio del placer” aseguraba que en él residía la explicación de gran parte del comportamiento humano, y es que experimentamos una fuerte resistencia a los cambios, cuando precisamente crecemos a partir de ellos.
Tenemos incorporado el hábito de evaluar todo como agradable o desagradable y pasamos por alto aquellas experiencias que no podemos encajar en tan excluyente apreciación. La comparación con otros filtra nuestra autoestima y nos devuelve que no podemos ser siempre “los mejores”, que además de ganar también perdemos. Pero otra manera de “ver” es posible cuando tomamos cierta distancia y atestiguamos lo que sucede desde el puesto de observador al que llamamos “Testigo”.
Entonces sucede un cambio en nuestra vida y nos incorporamos a la imparable evolución de la conciencia que está emergiendo con fuerza en nuestro mundo. Nuestra sombra, esa parte que no nos gusta y nos empeñamos en esconder, y las crisis que inevitablemente acontecen en nuestra vida, se revelan como oportunidad más que un desatino del destino o un fracaso personal. Si nos vivimos de este modo en las crisis, encontraremos que se tratan de inequívocas y maravillosas oportunidades de crecimiento.
Tenemos la capacidad de desarrollar esta mirada que nos permite reencontrarnos con quien realmente somos, no con quien creemos ser.
Es posible acoger en vez de rechazar los altibajos de la vida, reconciliarnos con nuestra condición de mortales, vivir sin secuestro entre el placer y el dolor, y ahondar nuestra capacidad de amar. Basta con introducir en nuestra cotidianidad un pequeño cambio que genera efectos enormes: el compromiso y el empeño de vivir desde la consciencia en vez de seguir sobreviviendo desde la desatención.
Un error común en nuestra vida es creer que las circunstancias externas determinan nuestra felicidad. Es común que pensemos y digamos que “estamos bien a pesar de”. Realmente resulta muy liberador cuando comprendemos que, en profundidad, se trata de “estar bien con”.
Los obstáculos son también el camino
Si comprendemos que nuestra plenitud no se asienta fuera de nosotros, sino en nuestro interior, las piedras del camino dejarán de ser obstáculos insalvables. En realidad, las dificultades, los obstáculos y los contratiempos no son “una equivocación” del camino… Son también el camino …
Es en nuestra actitud, en la anchura y hondura de nuestra aceptación, en donde reside la posibilidad de transformar el obstáculo en palanca, la crisis en oportunidad, el fracaso en aprendizaje. Sólo cuando dejamos de pelear contra ello y comenzamos a mirarlo cambiando la censura y resistencia por aceptación compasiva, comenzamos a vivirlo de una manera diferente y serena.
FORMACIONES