El miedo y el dolor ante la pérdida: una perspectiva transpersonal.

 

Recorremos un amplio camino que alterna momentos en los que sentimos que adquirimos, con otros en los que toca confrontar pérdidas que pueden agrietar nuestra cotidianidad e incluso nuestra identidad.

La pérdida de influencia, el quebranto económico, la vejez, los alejamientos, la partida de un ser querido, las mermas de salud, etc. conllevan su correspondiente “cuota de dolor” y a menudo no sabemos cómo gestionarlo más que tapándolo y sumando duelos. Con cada una se reaviva el dolor antiguo sumándose al actual y acrecentando nuestro miedo a futuras pérdidas.

El nivel de dolor que vivimos con cada pérdida está en relación directa con nuestro nivel de aceptación, con el saber soltar y dejar ir “aquello que la vida nos quita”, San Agustín.

El tiempo es un gran aliado, pero no basta con esperar a que el dolor pase. Realmente el duelo abre una oportunidad para “hacernos amigos” de la aceptación e integrar el mensaje que el trance trae consigo.

De este modo, nuestro desafío es cultivar la rendición ante el dolor y aceptar que en la vida todo es cambio y que nada perdura para siempre. Nuestra fuerte resistencia al cambio la tenemos enraizada en el cerebro más instintivo y, para ir más allá, necesitamos de la comprensión y la disposición de acogida de nuestro corazón.

Para encontrar el origen del miedo a la pérdida (y a la muerte) tendremos que remontarnos a los inicios de nuestra vida, con una identidad preconsciente separada del mundo que entonces vemos y percibimos, proyectados hacia todos los objetos y personas de nuestro entonces particular universo.

Cuando un niño pequeño llora al perder un juguete, de poco sirve decirle que le comprarán otro igual. El desconsuelo del niño persistirá puesto que realmente siente la pérdida de una parte de sí mismo, no la de su juguete. A medida que crecemos se conforma gradualmente una identidad-yo separada de lo de “ahí afuera”, pero subsiste una identidad preconsciente que se identifica, sólo que ahora con otras personas y objetos.

Según las tradiciones espirituales la identificación es el origen de nuestro sufrimiento ante las pérdidas que encontramos en el camino. A pesar del dolor que nos traen, en ellas anida la oportunidad de crecimiento. Con cada nueva “pérdida de una parte de nosotros” y, para trascender el resultante duelo, convendrá sucesivamente aceptar y abrirnos al dolor, accediendo a que consuma su función y desde ahí emerja una nueva identidad más amplia y profunda.

De la formación Especialista en Acompañamiento en Procesos de Duelo y Muerte:

Acompañamiento en Procesos de Duelo y Muerte