Un día como hoy, en el que celebramos el Amor, invita a convocar al Misterio; ese Misterio al que nos lanza el Amor cuando nos visita, dejándonos sin palabras y con el corazón arrobado.
A menudo las palabras no bastan para explicar el amor, porque éstas no alcanzan a describir cómo ni por qué el corazón se abre y suceden toda clase de curaciones alquímicas en lo más profundo de nuestro ser cuando interviene silenciosamente el amor.
La Psicología está llegando a todos los rincones de nuestra vida. Y sin duda este hecho está permitiendo ampliar nuestro autoconocimiento de una forma insospechada hace apenas veinte años. No obstante, si queremos ampliar la mirada al nivel transpersonal de la existencia, tendremos que arriesgarnos a soltar toda concepción previa. Y esto significa, en cierto sentido, dejar espacio al Misterio.
Por que…
¿Acaso no es el amor un misterio?
¿No sucede, en ocasiones, que el amor inunda nuestro corazón de una forma totalmente insospechada e impredecible?
Pero…
¿A qué amor nos estamos refiriendo?, ¿al amor del enamoramiento?
Esta es la primera premisa que tal vez convendrá soltar. El amor es en realidad un estado de conciencia, una cualidad que brota de nuestra identidad esencial. En realidad, podemos vivirnos en amor independientemente de nuestras circunstancias de pareja. O, dicho de otro modo, no necesitamos de una pareja para sentir amor y vivirnos desde éste.
En cierto momento de la vida, ésta reclamará que comencemos a devolver el amor que hemos recibido; y es en este punto crucial donde la vida, en realidad, nos estará pidiendo que comencemos a tener en cuenta no sólo el amor que recibimos, sino también el que damos. Paradójicamente, este giro de 360º hará que en nuestra vida fluya más amor. Es posible, asimismo, que esto nos lleve a descubrir que el amor no es tanto “algo” que damos y recibimos, sino la fuerza misma que mueve nuestro ser.
Amar, desde esta perspectiva, tiene que ver con un proceso de autoconsciencia; un proceso por el que nos vamos dando cuenta de que las carencias que quizás hemos arrastrado durante gran parte de la vida, no se sanan tanto por exigir que nos amen, como por amar.
El amor, una aventura en el Otro
No se trata, ni mucho menos, de olvidarnos por completo de nosotros, ni de perder el equilibrio entre el dar y el recibir. Se sobreentiende que el amor maduro o consciente no es aquel que nos exime de discernir, ni tampoco de negar el desequilibro cuando éste es patente.
Nos estamos refiriendo aquí a un proceso de desarrollo transpersonal, por el que progresivamente comenzamos a vivirnos desde una identidad más profunda. Esta identidad no encuentra sus puntos de referencia tan sólo en el ego carente, sino en el ser profundo que anhela expresar sus cualidades, siendo una de ellas el Amor.
En este punto nos podemos preguntar si durante las primeras etapas de nuestras andaduras amorosas, cuando “amábamos en pañales”, realmente amábamos al “otro”; o más bien la cosa se parecía a un juego de seducción erótica que pronto se tornaba en un escenario ideal para la manifestación de nuestros egos carentes e inmaduros.
Quizás esos primeros pasos eran como una especie de “iniciación” en el arte de amar. Más tarde, nos damos cuenta de que el amor va mucho más allá de lo que en aquello inicios creíamos que era amar.
Amar en realidad tiene que ver con aventurarse en el Otro. Y esto es algo que podemos hacer cuando hemos encontrado en nosotros algo sólido y estable; es decir, la identidad arraigada en lo Profundo.
Sucede que cuando no hemos hecho el camino hacia dentro, siendo todavía unos desconocidos para nosotros mismos, aventurarse en el Otro puede suponer un peligro. Y esto ocurre porque el Otro nos refleja constantemente partes nuestras no observadas ni integradas; partes que, como sabemos, constituyen la llamada Sombra. Ese reflejo asusta, y puede generar incluso un sentimiento de peligro en nuestro nivel–persona.
Abrirse al otro implica dejar un poco de lado al propio ego y, por tanto, la importancia personal. Si realmente quiero amar, tengo que estar dispuesto a no tener siempre la razón, a renunciar a algunos aspectos o costumbres que formaban parte indiscutible de mí; tengo que estar dispuesto, incluso, a ser herido, porque nadie nos asegura que seamos “correspondidos” o que las persona (o personas) amada(s) no nos vaya(n) a traicionar… Si quiero abrirme a otra persona, tengo que estar preparado ante la posibilidad de que ésta me influya, e incluso me transforme en profundidad.
El camino del amor nos confronta con nuestros miedos más recónditos, de ahí la sensación de peligro. En este camino salen “monstruos”, tales como el miedo al abandono, el miedo a que no me quieran, el miedo a que me hieran… Y esto no nos lo quita nadie, pues forma parte del camino del amor. Pero si nos disponemos a abrir el corazón, los miedos poco a poco irán dando lugar al Amor.
No en vano dicen que el amor nos “mueve el tapete”… El amor lo mueve todo, siendo un gran catalizador en el proceso de autodescubrimiento.
Cuando el acento que prima en las relaciones es egoico, a menudo se generan espacios de desencuentro (nunca mejor dicho); espacios en los que pareciera que el otro no habla el mismo idioma que yo, por lo que se hace muy difícil la comprensión.
En estos casos, el entendimiento se hace posible si estoy dispuesto a interesarme de verdad por el otro.
El camino de la autoconsciencia nos permite ir soltando los patrones relacionales aprendidos, al tiempo que nos abrimos a un espacio nuevo y desconocido desde el que podemos relacionarnos “limpios” y desde 0 con el otro. Es este un lugar mágico en el que no soy yo, ni es el otro, sino que es una criatura totalmente nueva llamada “vínculo”… Si podemos sostener la incertidumbre que esto genera al inicio, estamos en realidad abriendo la puerta a lo transpersonal en ese vínculo.
Aventurarse en el Otro es un viaje muy arriesgado que en realidad pide darlo todo. Si de verdad queremos conocer al otro, tendremos que hacerlo desde la desnudez: desnudez de expectativas, desnudez que muestra las heridas del camino y que revela la propia vulnerabilidad. Desnudez que quiere mostrar lo que hay, sin máscaras ni corazas.
Aventurarse en el Otro es, en cierto sentido, un camino de vuelta a casa: un camino en el que aprendemos a ser inocentes, vulnerables y humildes.
Esta es una de las mayores aventuras que podamos imaginar; una aventura que tal vez termine algún día en las pupilas del otro… Viendo en éstas el reflejo del propio Ser.
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