El terapeuta transpersonal, un catalizador del dolor en amor

 El mito de Quirón o el sanador herido

El hecho de creer que uno debe de ser “perfecto” para poder acompañar a otros en su proceso de desarrollo y resiliencia es uno de los errores más habituales entre los profesionales de la ayuda que inician su andadura.

El acompañante del alma pronto descubre que, en realidad, el espacio del acompañamiento es verdaderamente curativo cuando da cabida a la vulnerabilidad.

La apertura a la vulnerabilidad como puerta a la esencia nos remite al mito de Quirón, un arquetipo que ha inspirado a los profesionales de la ayuda a lo largo del tiempo.

Quirón, un centauro de la mitología griega mitad humano mitad caballo, es abandonado al nacer por su madre, la diosa Filira, precisamente por su condición de centauro. A lo largo de su vida, es herido por una flecha en una de sus piernas de caballo. Quirón conoce de las heridas del alma y del cuerpo.

En lugar de hacer estallar su dolor en furia y rencor, Quirón lo reconvierte en sabiduría y en amor en acción hacia los demás. Conociendo el dolor, es más empático y útil en la sanación de quienes se acercan a él. Paradójicamente, en este ayudar a otros su propio dolor se alivia también.

Como en el mito de Quirón, los terapeutas no somos ajenos al dolor, pues no solo lo experimentamos en nuestra propia piel, sino que, además, trabajamos en pos de convertirlo en amor y fertilizante de la apertura del corazón.

El terapeuta, al igual que en el mito de Quirón, resuena con el sanador herido.

Todos somos humanos, profesionales de la ayuda y consultantes; como tales, todos tenemos nuestras “heridas de vida”, limitaciones, sombras y temores. Tal vez esto parezca obvio, pero tengamos en cuenta que encarnar esta consciencia de humanidad requiere de autocultivo y, sobre todo, de un profundo conocimiento de uno mismo.

Abrirnos a la intrínseca realidad humana de la finitud, del dolor de la pérdida y del enredo egoico, nos permite acercarnos a la labor del acompañamiento con empatía y desde una profunda sencillez y humildad.

Sentirnos seres humanos en proceso de autoconsciencia en la travesía de vida que hemos elegido, nos hace sabedores de que tanto terapeuta como cliente crecemos juntos. No sabemos más que quienes nos solicitan; simplemente, ponemos al servicio de otras personas un espacio fértil de autodescubrimiento para aflorar lo que vamos descubriendo en nuestro propio caminar.

La humildad “ablanda la mirada” del profesional de la ayuda y ensancha progresivamente su corazón. Entonces entra en juego un elemento que no se puede incorporar como una técnica más, o aprender en el último máster especializado. Se trata de la presencia compasiva. La compasión brota de manera natural cuando nos abrimos a nuestro propio dolor y aprendemos a sostenerlo mientras dura, en lugar de evadirlo o “taparlo”.

¿Quién no tiene grietas o cicatrices causadas por la vida? ¿Acaso podemos pretender no ser lo que somos, o bien negar lo vivido, en el espacio de la consulta por el solo hecho de colocarnos la etiqueta de “terapeutas”?

Celebremos la decisión de poner la propia experiencia de vida al servicio de otros, tras haber pasado ésta por el tamiz de la consciencia. Las herramientas de gestión de vida por excelencia yacen precisamente ahí: en nuestro propio camino de resiliencia.

Cuando un terapeuta o consultor se permite estar en contacto con su propia vulnerabilidad, se torna capaz de establecer un tipo de vínculo con sus consultantes basado en la honestidad y en la profundidad que otorga la mirada interior.

Entonces la empatía profunda se hace posible: podemos comprender al otro y “ponernos en su piel”, porque conocemos de las heridas del alma…

Terapia Transpersonal