Una carrera de pérdidas y ganancias
Se dice que la vida es una “carrera de ganancias y pérdidas”, y esto es algo que constatamos cada día en la consulta del terapeuta transpersonal. De hecho, podemos afirmar que, tras cada contracción de dolor, subyace una pérdida.
Tal vez tendemos a asociar el duelo por la pérdida exclusivamente a la muerte de seres queridos, pero en realidad los seres humanos experimentamos numerosas pérdidas que van de lo intangible a lo más tangible.
Así, por ejemplo, enfrentamos pérdidas relacionadas con nuestra propia imagen, cuando ésta se ve dañada o infravalorada; experimentamos también pérdidas laborales, de vínculos, de prestigio, de economía…
Cada pérdida nos “habla” del grado de identificación que tenemos con lo que sentimos haber perdido. Perder nos duele porque, de alguna manera, aquello perdido había pasado a formar parte de nuestra identidad: “mi imagen”, “mi dinero”, “mi trabajo”, “mi pareja”, “mi mascota”…
Con las pérdidas, una parte de nosotros también se desprende y, al mismo tiempo, abre paso a capas más esenciales de nuestra identidad.
Entonces, el hecho de desarrollar una mayor autoobservación y comprensión acerca de las propias identificaciones y de nuestra fuerte tendencia a aferrarnos a las cosas, situaciones, personas, creencias, estados emocionales…, es una de las claves más valiosas no solo para una buena gestión del duelo, sino también para crecer en autoconconsciencia.
Conforme la consciencia se expande y el ser humano alcanza un cierto grado de autoobservación y profundidad, éste se da cuenta de que el desapego es una de las lecciones vitales por excelencia. El desapego no sólo es ‘cultivable’ como actitud y recurso de gestión de los múltiples duelos que vivimos, sino que, además, constituye una de las claves para allanar el camino a la identidad profunda.
Nací llorando y moriré sonriendo
Nisargadatta
La aceptación del dolor
Paradójicamente, la aceptación del dolor por las pérdidas como parte inherente a la vida, atenúa el propio dolor, al tiempo que amplía nuestra capacidad de amar. En el camino del desarrollo transpersonal, nuestro corazón se va abriendo progresivamente para dar
cabida a una gama cada vez más amplia de vivencias y aspectos de la vida.
Sucede también que nuestra mente pensante se habitúa a no anticiparse, abriéndose a ‘lo que hay’ a cada instante desde una mirada clara y en paz con lo que acontece. El temor al dolor mengua, y descubrimos que podemos amar lo que es.
Cuando “remamos” a favor de una conciencia despierta, nos ponemos con mayor facilidad en el lugar del otro. El ser capaces de “ponernos en los zapatos ajenos” tiene estrecha relación con la compasión, un estado que nos capacita para acoger con amor el dolor del otro.
El enfoque transpersonal
El enfoque transpersonal nada tiene que ver con buscar un falso consuelo por el que nos convencemos de que “todo está bien”; en realidad, nadie está exento de la “cuota de dolor”, si bien progresivamente aprendemos a permanecer expuestos a la vida, sea lo que sea que ésta “traiga”.
Este camino nos permite vivir con aceptación profunda la llegada de la pérdida, una aceptación que nace de la confianza transracional.
Entre las cualidades más valiosas que despliega el “peregrino de la vida” en su desarrollo está la de saber morir a lo viejo, fluyendo con la mínima resistencia posible hacia lo Nuevo, así como con desnudez y esencialidad.
El enfoque transpersonal conlleva una reorientación del “tener” y del “hacer” al Ser, un nivel desde el que se comprende que lo inmutable y perenne no puede ni ser asido ni, por tanto, ser perdido: el Amor, el Silencio… lo que somos en esencia.
Dejamos de poner el sentido de la propia identidad en las formas perecederas, al tiempo que nos ejercitamos en el desprendimiento y la desidentificación de lo transitorio en las pequeñas y grandes pérdidas que enfrentamos cada día.
Poco a poco se abre ante el caminante el sendero de la vacuidad y la presencia, que atenúa el sentido de adquisición y pérdida. Ante las grandes pérdidas, éste se expone al dolor, mientras que su mente ya no dramatiza ni “fabrica” tanto sufrimiento como antaño.
El caminante respira y permanece en quietud interna, sabiendo que, tras el dolor, de nuevo amanecerá, y tal vez el horizonte será entonces más amplio que antes.
Aun con aceptación y apertura a la vida, lloramos por los íntimos desgarros de cada dolorosa pérdida; el corazón abierto nos alienta a no caer en antiguas defensas de frialdad
y evasión. Permanecemos expuestos, evocando en los momentos más difíciles el “soltar y dejar partir” como la actitud más sintonizada con el fluir de la vida.
Sabemos que nada puede quitarnos el dolor de la noche a la mañana, pero, al mismo tiempo, hemos vivenciado y comprendido que abrazar lo que es nos permite amar más profundamente, vivir menos protegidos y blindados, y decir “Sí a la vida con todo”, aunque a veces duela.
Terapia Transpersonal
Acompañamiento en Procesos de Duelo y Muerte