En muchas ocasiones hemos escuchado decir que “el ser humano es egoísta por naturaleza”, y puede que incluso hayamos llegado a creerlo.
Nuestra inteligencia cardiaca es capaz de percibir la realidad y a los demás más allá libre del condicionamiento del egocentrismo. En realidad, cuando superamos la tendencia del ego a sentirse permanentemente amenazado, podemos soltar ese afán desproporcionado e irreal de defensa a toda costa. Entonces conectamos con el corazón y empiezan a suceder “cosas diferentes”.
El corazón es generoso y cooperativo, ama y sirve sin buscar contrapartida por lo que ofrece y comparte. Del corazón nace el gozo que sentimos cuando servimos al bienestar de otros seres con nuestra presencia y nuestras acciones.
¿Algo puede dar más sentido a nuestra vida que el gozo de sentirnos útiles?
¿Podría haber sobrevivido nuestra especie si la esencia del ser humano se basara en la lucha y la competitividad, en lugar de en la colaboración y el servicio mutuo?
Es cierto que podemos observar a muchas personas que, por inconsciencia, aún viven identificados con un sistema de creencias que se expresa en afirmaciones del tipo: “Que cada cual se busque la vida como pueda”, “no es mi problema lo que le pase al otro”, “hay que elegir entre uno mismo y los demás” …
A medida que cultivamos la atención en nuestra vida, nos hacemos cada vez más conscientes de este tipo de creencias automáticas des-identificándonos de ellas. Entonces podemos caminar hacia el descubrimiento de la mayor profundidad de nuestra inteligencia cardiaca, desde la que anhelamos ser útiles y contribuir a la felicidad de aquellos que se cruzan en nuestras vidas, sean parejas, amigos, conocidos, familiares o clientes.
No es fácil sentir la llamada del servicio cuando nos vivimos atrapados en nuestro automatismo inconsciente de desear “obtener a toda costa”. Obtener más dinero para sentirme mejor, obtener el cariño de “esa persona” para sentirme mejor…
El que lo fuerza lo estropea. El que lo agarra lo pierde. Lao Tse
El afán de “obtener” tiene sus raíces en la creencia inconsciente de carencia, que propulsa el deseo compulsivo de llenarla para no sentirla. Solo al darnos cuenta de que “no nos falta nada”, podemos hacernos responsables de nuestro bienestar y aprendemos a darnos a nosotros mismos. Paradójicamente, experimentamos que al “darnos” no disminuye “lo que somos”, sino que por el contrario se enriquece. Dejamos de buscar en los demás una compensación para nuestras carencias y estamos preparados para Dar y Servir de verdad, como propósito esencial de nuestras vidas.
El deseo de servir nada tiene que ver con aquellos momentos en los que decimos sacrificarnos por los demás, cuando en el fondo lo que estamos buscando es algún tipo de compensación oculta. Tampoco tiene que ver con el deseo de nuestra personalidad de quedar bien, ser vistos como una buena persona, ni mucho menos con buscar que se nos quiera más por lo que damos.
Hablamos del servicio que brota del Amor de nuestro cerebro cardiaco, del deseo de apoyar al otro de forma completamente desinteresada, sencillamente, por el hecho de acompañar a que la experiencia que otro ser humano está viviendo sea más plena y gratificante.
No vamos a encontrar la felicidad por otro medio que no sea el de nuestro propio desarrollo, por lo tanto, la actitud de servicio no busca hacer felices a los demás, ya que esto no es posible. La actitud de servicio es una disposición interna de ofrecimiento, generosidad y acompañamiento al otro, que brota naturalmente cuando estamos verdaderamente presentes en cada momento, en una coherencia interna fuerte y consistente y en una sintonía con nuestro centro cardiaco.
Cuando nos vemos atrapados por los juicios hacia los demás, o cuando rechazamos las emociones que el otro nos refleja por miedo a sentirnos vulnerables, nos cerramos a la percepción natural que una presencia abierta revela acerca de lo que otro ser humano vive y siente realmente. Pero si cultivamos una atención sin juicio que abraza sin condiciones nuestras propias experiencias emocionales, podemos hacer lo mismo con el otro.
Entonces se despierta en nosotros un interés genuino por los demás, una curiosidad amable desprovista de juicios y etiquetas, que nos permite escuchar y operativizar de manera concreta el anhelo interior de ser inteligentemente útiles al ser que tenemos enfrente.
“Quienes son infelices en este mundo, sólo necesitan personas capaces de prestarles atención” Simone Weil.