La aventura de ampliar los límites del pequeño yo

 

La vida es una aventura de aprendizaje sostenido que encuentra su máxima expresión cuando buceamos en el interior de las personas. Cada inmersión en el alma del prójimo es una “carrera de espejos” que reflejan un “oculto yo” que, gracias al otro, se revela y se nos muestra.

Sin embargo, nada que no hayamos previamente conocido y registrado en nosotros, seremos capaces de reconocer en la mirada ajena. Cuanto más hayamos vivido y observado, más horizonte podremos percibir en la pupila de otras auras. Cada indagación es un abrazo a lo desconocido que remueve viejas formas y fertiliza de insospechadas posibilidades a nuestras moradas internas.

No existe mayor aventura que la de aventurarse en el otro. El resto es turismo.

Herman Hesse

Si queremos afrontar la aventura de ampliar los límites del pequeño yo

¿qué mejor posibilidad que saltar a la realidad que “el otro” percibe?

¿qué mejor posibilidad que empatizar con sus sentimientos e intuir el rastro de sus sueños?

Se trata de un viaje iniciático que permite traspasar las fronteras del propio egocentrismo, captar las necesidades del otro, percibir sus miedos y sus deseos, reconocer sus anhelos y saber de los pliegues de su mirada. Es un viaje de amor y conocimiento que trasciende el propio narcisismo y expande la consciencia:

Arriesguemos y miremos a los ojos del otro cuando comunique sus sentimientos e ideas.

Abramos nuestro corazón mientras escuchamos algo más que las palabras pronunciadas por su boca.

Relajemos el entrecejo al contemplar su rostro y abramos la percepción al sentir su piel mientras respira conscientemente, sabiendo que cada respiración expande su campo aúrico y abraza al Ser que conectamos.

Aunque se encuentre en un marco de “intrascendencia”, miremos el rastro de lo eterno que vive en el interior del otro y reconozcamos la infinitud que vive oculta tras sus actitudes y sus formas.

Tras un encuentro funcional en el que se hable de cosas prácticas, sentiremos como detrás de los gestos y palabras que se emiten, laten oleadas de misterio y de grandeza.

Poco importa si ahora el camino de nuestra propia vida atraviesa un ciclo de temor y resistencia …

Cuando abracemos al otro, hombre o mujer, enfoquemos nuestra atención al centro del propio pecho y, entornando los ojos, percibamos los fuegos de las dos llamas conectadas.

Permanezcamos esos instantes eternos entrelazando la energía de los dos núcleos que ahora se reconocen más allá de sus máscaras y de sus defensas.

Formulemos preguntas acerca de todo lo que sintamos.

Como bien sabemos, para responder a sus preguntas, su interlocutor deberá previamente mirar hacia áreas de sí mismo que, habitualmente, ni mira, ni recuerda.

Viajemos a su corazón y a su mente mientras indagamos desde un vacío que no juzga y, por tanto, ama.

Preguntemos al otro,

¿qué siente cuando abraza y qué sueña, cómo entierra a sus muertos, cómo supera sus pérdidas y cómo se casa? y ¿de qué ríe y de qué llora?,

¿qué admira de la vida y qué le satisface de su gente querida?, ¿cómo desearía morir?, ¿cómo es su familia?, ¿qué subraya en sus amigos y cómo es su camino de dentro y el camino de fuera?,

¿qué sentido tiene su vida, qué busca su corazón cada mañana?, ¿quién es y hacia dónde se dirige?, ¿qué siente al mirarnos y con quién se iría a una isla desierta? … después, comparta el silencio…

El silencio elocuente que brota cuando el corazón habla

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