La importancia de saber soltar en la gestión del duelo

La comprensión de que la raíz del sufrimiento está en el apego, y que la cesación del mismo está en el desapego, está recogida en las 4 nobles verdades del budismo. Estas dos afirmaciones contienen claves significativas para quienes atraviesan momentos de pérdida y duelo. De ello trata precisamente este artículo: del dolor y el sufrimiento por la pérdida, del amor que permanece, de la oportunidad que late tras cada suceso vivido como “desgracia”, de la importancia de “soltar”…

Si partimos de la definición de pérdida, vemos que esta palabra se vincula con carencia o privación de algo; de hecho, en el diccionario se define como “la falta o ausencia de algo que se tenía”.

En la raíz de esta definición está la creencia de que es posible poseer algo. Pero, ¿realmente podemos poseer algo en la vida?, ¿o bien la ilusión de poseer es eso: una mera creencia ilusoria de la identidad personal –nos referimos aquí al “yo finito” – que, cuando siente algo como propio, tiene a la vez miedo de “perderlo”?

En realidad, la comprensión de que, en último término, no podemos poseer nada, es el fruto de la madurez y la autoconsciencia.

La impermanencia es la ley que opera en todos los ámbitos de la vida, y luchar contra esta “ley de vida” es lo que nos conduce al sufrimiento.

¿Hay algo que permanezca?

Para respondernos a esta pregunta, podemos entornar los ojos, permanecer en quietud durante unos minutos y preguntárnoslo a nosotros mismos… Quizás entonces una respuesta insospechada surja de capas más profundas de nuestro ser.

 

Desapego es soltar lo viejo, sin que lo nuevo haya llegado aún

Nisargadatta

 

El amor transpersonal (o el amor como estado de consciencia)

Al ampliar nuestra consciencia a la visión transpersonal de la existencia, comprendemos que en realidad no podemos perder nada, porque nada es “poseíble”.

Cada “paso de consciencia” nos deja el jugo de lo vivido y comprendido en nuestra travesía vital.  Y esto va conformando el “íntimo mapa” que vamos trazando con cada lágrima y cada alegría, un mapa que nos ayuda a gestionar el dolor.

Por supuesto que perder duele. El dolor emocional es natural en todo ser humano; éste aparece para señalar dónde necesitamos mirar y qué necesitamos soltar.

Nos duele porque sentimos haber perdido algo o a alguien… Cada duelo conlleva una pérdida. ¿Qué sentimos haber perdido? ¿De qué nos sentimos privados? Las respuestas a estas preguntas orientarán nuestra mirada allí donde es necesario ensanchar la visión.

Resistirnos a este dolor natural es lo que nos genera sufrimiento. El sufrimiento, por su parte, nos lleva al estancamiento, en un bucle sin salida. Pero cuando podemos encarar y aceptar el dolor, éste nos abre las puertas al Amor… A ese amor que no mengua con el tiempo y que habita en las capas profundas de nuestra consciencia…

Es el amor como estado de consciencia.

¿Cómo salir del bucle del sufrimiento? Por más que cueste creerlo, muchas veces es una decisión íntima: una decisión de dejar a un lado el lamento, con la intención de abrir el corazón.

Entonces, al abrir las “compuertas”, el amor puede airear todas nuestras estancias internas. Tal amor abarca a aquello o a aquella persona que hemos perdido, comprendiendo que la esencia de lo vivido y compartido perdura.

 

El Universo escribe recto con líneas torcidas

Albert Einstein

 

No somos inmunes al dolor, pero sí podemos aprender a gestionarlo. Podemos también aprender e integrar herramientas de vida por las que disminuir el sufrimiento. ¿Cómo? Por ejemplo, practicando el desapego en el cada día, aprendiendo a sostener y a respirar el dolor (en vez de evitarlo) de las “pequeñas pérdidas”, que van desde el desprendimiento de un objeto o una prenda, hasta la aceptación de un cambio imprevisto.

Este entrenamiento consiste en no acumular “pendientes” emocionales, al tiempo que desplegamos el estado de presencia en nuestra cotidianeidad.

Todo ello nos estará preparando para saber dejar ir, soltar…  Cada cosa en su momento.

 

Y… ¿Qué es dejar ir?

Dejar ir es permitir que afloje el esfuerzo continuado y agotador de la presión interna por el empeño en sujetar.

Es el alivio que se experimenta tras soltar un peso pesado, y por ello conlleva una sensación de ligereza y descanso.

El apego es en realidad un mecanismo psicológico de protección. No querer soltar es esencialmente una lucha elaborada para escapar de nuestros miedos y las expectativas proyectadas sobre el mundo.

La vida es flujo. Fluimos de manera constante. Nada es estático. Ni el mundo, ni la propia biología, ni las circunstancias, ni las etapas… Todo cambia, como cantaba Mercedes Sosa: nuestros sentimientos, deseos, nuestra identidad y la de los demás; incluso nuestra percepción. Nada es permanente.

Tal vez lo que sí permanezca es el amor vivido en las más pequeñas cosas, y también en las más grandes. Tal vez lo que sí permanezca, más allá del “escenario teatral” que es la vida, es la consciencia que vamos adquiriendo en cada paso del camino.

La vida es cambio y una “pérdida” constante. La muerte es la gran pérdida por excelencia, pero vivimos otras muchas “pequeñas pérdidas”: la de la propia juventud, los abandonos, los amigos que desaparecen, los hijos que crecen y se emancipan, los amores “humanos” que se agotan, etc.

A través de las pérdidas soltamos lo viejo, para abrirnos a lo nuevo.

La vida muta y nos muta, nos guste o no. Desde la visión estrecha de nuestra identidad egoica pudiera parecer que existen las desgracias. Esta estrechez nos lleva a dramatizar las pérdidas, a vivir las situaciones imprevistas como injustas y a sentir que no merecemos lo que nos ocurre, o que no lo podremos soportar…

Sentimientos estos profundamente humanos y lícitos que podemos refinar en la misma medida que crecemos en autoconsciencia. Podemos abrir nuestra mente y nuestros corazones a una confianza que vaya más allá de la infantil esperanza del “todo irá bien”… El “control” de la vida obviamente no está en nuestras manos; entregándonos a su flujo encontraremos el sosiego que no desaparece en medio del dolor.

La confianza transpersonal nos permite sostener, a la misma vez, el dolor y el amor. Sí es posible abrir el pecho para que quepan ambos. Sí es posible acoger el dolor que sentimos ante una pérdida, al tiempo que elevamos nuestra mirada con confianza, sabiendo que cada vivencia y cada suceso tienen un sentido, aunque nuestra mente lógica no logre entender.

El árbol pierde una hoja; la hoja nutre la tierra y da espacio al brote verde que más tarde nace.

Perdemos un trabajo; alguien nos sucederá, y nosotros tal vez aprovechemos la “mala noticia” para realizar aquello con lo que siempre soñamos.

Perdemos la juventud, ganamos en madurez.

Nos deja la pareja, y nos damos cuenta de que queremos vivir una relación más madura y equilibrada.

Y así la vida se sucede, entre pérdidas y ganancias, fracasos y oportunidades.

¿Desgracia o fortuna? Quién sabe…

 

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