A lo largo de cada día, entramos en contacto con una gran cantidad de personas. Si nos fijamos, observaremos tal y como ya Krishnamurti señalaba que: “La vida es relación”. Nos relacionamos con nuestra pareja, hijos, familiares, amigos, conocidos, clientes, compañeros de trabajo…
¿Cómo es posible entonces que nos sintamos “desconectados” de los demás? ¿Por qué nuestra comunicación suele ser tan superficial? ¿Acaso una escucha profunda, en conexión con nuestra realidad íntima y la del otro nos atemoriza?
En el fondo anhelamos relacionarnos con los demás desde una mayor profundidad y conexión. Desearíamos poder salir del pequeño personaje desde el cual solemos escuchar, y establecer un auténtico vínculo con el otro, desde nuestra sincera profundidad, desde el corazón.
Pero al mismo tiempo que deseamos esta mayor conexión, también nos atemoriza. Sabemos que una comunicación honda implica permitirnos sentirnos vulnerables. Recordemos que la vulnerabilidad es la base de la verdadera fortaleza y el lugar desde el que la auténtica belleza de nuestra humanidad brota.
Si queremos conectar con los demás más allá del simple intercambio verbal, el primer paso es aprender a escuchar conscientemente, atentos a la profundidad del otro y a la nuestra.
Escuchar sin atención es hacerlo completamente identificados con los pensamientos y emociones de nuestra personalidad, sin darnos cuenta de los mecanismos sutilmente manipuladores de la misma. Escuchar sin conciencia, es hacerlo encapsulados dentro de nuestra propia máscara, desde lo superficial de nuestros condicionamientos, de forma que no podemos abrirnos realmente al otro. Por esto, en nuestro modo habitual de escuchar y de que nos escuchen, casi siempre sentimos que esta escucha nos deja una sensación de falta de vínculo, de incomprensión.
“No existe mayor aventura que la de aventurarse en el otro. El resto es turismo.” Séneca
Cuando escuchamos plenamente presentes, el espacio que conformamos es enormemente transformador tanto para el que escucha como para el que es escuchado. Escuchar al otro desde la plena consciencia, nos pone en contacto con nuestra humanidad y otorga un mayor sentido a nuestras vidas.
En el fondo, nuestro mayor anhelo es superar la sensación de estar “separados” de los demás, sentirnos realmente vinculados en profundo reconocimiento de que “tú eres yo, y soy tú”. Para gozar de la vivencia de unidad y sentido que una escucha consciente conlleva, descubrir cuáles son los automatismos que nos impiden acceder a una escucha de “Ser a Ser”, es necesario. Detectando nuestros patrones automáticos a la hora de escuchar, estaremos en condiciones de desarticularlos y de darnos permiso para “dejar caer” la máscara mediante la cual habitualmente “escuchamos”.
La escucha ayuda a las personas a clarificar y articular sus procesos internos, explorarlos, atravesar las primeras capas limitadoras para poder acceder a comprensiones nuevas. Cuando desde esta escucha consciente ofrecemos al otro un espacio seguro para que pueda focalizarse y profundizar, se abren posibilidades de sanación y comprensión diferentes y transformadoras.
Se trata de entrenarnos en escuchar sin prisas, darle tiempo para que encuentre paso a paso la expresión definida de lo que busca comunicar, permitiéndole diferentes aproximaciones, más o menos cercanas, puede que invitándole con la devolución neutra de lo que acaba de expresar para que siga explorando, sin juicios, sin consejos, sin soluciones fáciles por nuestra parte.
El otro tan solo necesita que estemos presentes con compasión atestiguando el espacio que él mismo va abriendo de forma progresiva y que le posibilita encontrar en sus lugares más recónditos lo que quiere expresar.
Todos queremos ser escuchados. Deseamos dar voz a lo que está dentro de cada uno de nosotros: las formas particulares en que nosotros hemos sido honrados y heridos por la vida. Pero, la mayoría de las veces nuestras canciones quedan dentro, calladas. Movemos nuestros labios, pero no cantamos nuestras canciones.
Escuchar es el antídoto. Escuchar es una invitación para cantar mi canción. Ser escuchado ayuda a deshacer la herida. Cuando me siento escuchado me siento mejor. Me siento escuchado, visto, acompañado, entendido. Siento menos soledad. Me siento apoyado, como si tuviera un aliado.
Me siento escuchado, visto, acompañado, entendido. Siento menos soledad. Me siento apoyado, como si tuviera un aliado. Me siento más claro, más en calma, con más paz y más energía.
Puede que el problema que he expresado no sea diferente, pero yo soy diferente: Me he sentido escuchado y mi corazón está más abierto.
Neil Friedman
Te invitamos a que observes cuáles son los automatismos más significativos a la hora de escuchar a los demás. Indaga en qué crees que pueden cambiar las cosas si practicas la escucha de un modo consciente ¿Te escuchas a ti mismo/a? ¿y a tu propósito?
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