La presencia que vincula. Somos puros centros de percepción consciente

Llamamos “presencia” a un estado de conexión interna, abierta y sin expectativas, flexible y cordial, receptiva a todo lo que surge en la experiencia con curiosidad, con un impulso natural de integración de los elementos que en ella van apareciendo.

Tomar conciencia de nuestra propia identidad nos lleva a mantener un lúcido estado de sosiego incluso en situaciones que habitualmente nos sacan de nuestro centro.

El estado de presencia nos permite habitarnos a nosotros mismos. Habitar nuestro cuerpo, pensamientos y emociones. Habitar nuestras relaciones y nuestra acción. La presencia nos permite estar abiertos a nosotros mismos tal y como somos, también a los demás tal y cómo son y a lo que acontece en nuestras vidas sea lo que sea.

 

Recuerda: tú, en realidad, no eres la charla que oyes dentro de tu cabeza; eres el Ser que oye esa charla. Bill Harvey

 

Ken Wilber señala un ejercicio para despertar el Testigo Consciente que se formula aquí

Las escuelas de crecimiento interior afirman que si cada mañana al despertar y a lo largo de 40 días, perseveramos en la formulación de este texto, experimentaremos cambios extraordinarios en la consciencia de nuestra propia identidad. A los pocos días de practicar nos observaremos capaces de mantener un consciente estado en situaciones que anteriormente vivíamos como tensas y agitadas. Y conforme vayamos recitando las palabras haciendo consciente su significado, descubriremos que nuestras emociones, de aversión y de fascinación, se equilibran y se templan.

Tras el período de cuarentena, consideraremos los extremos emocionales tan sólo como olas periféricas y superficiales de la conciencia. Observaremos que hemos despertado la propia identidad Testigo, un estado desde el cual la vida se contempla de manera más ecuánime, sin perder las risas ni las lágrimas de nuestra calidad interna.

Una vez instalados en el Testigo, sucederá que cuando brote el vaivén de sus luces y sombras, seremos espectadores de nuestras tendencias. Si surge una aversión a ese sentimiento, asimismo seremos veedores del mismo. Si la aversión nos provoca a su vez aversión, también observaremos dicho bucle de fuerzas internas. No hay nada que hacer, pero si surge un hacer, lo presenciaremos en calma. Al entender que todo ello no es “yo”, ya no rechazaremos aflicciones ni nos complaceremos en ellas.

 

Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir, y lo que se puede ver y sentir no es el auténtico Ser que ve. Mi cuerpo puede estar cansado y excitado, enfermo

o sano, sentirse ligero o pesado, y eso no tiene nada que ver con mi yo interior. Tengo un cuerpo y no soy mi cuerpo.

Tengo deseos, pero no soy mis deseos Puedo conocer mis deseos y lo que se puede conocer, no es el auténtico Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia y no afectan a mi yo interior. Tengo deseos, y no soy mis deseos. Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Puedo percibir y sentir mis emociones y lo que se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi yo interior. Tengo emociones y no soy mis emociones.

Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis pensamientos, y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, y no afectan a mi yo interior. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Soy lo que queda, un puro centro de percepción consciente. Un testigo inmóvil de todos esos pensamientos, emociones, sentimientos y deseos.

Aquello que conoce ciertas cosas, no puede tener en su propia naturaleza ninguna de ellas. Es decir, que si, por ejemplo, nuestro ojo fuese de color rojo, no sería capaz de percibir los objetos rojos. Así mismo el pez no es consciente del agua, hasta que salta a la superficie y se da cuenta. Hasta que no saltamos por encima de las mareas del pensamiento y lo observamos, no nos percatamos de que no “somos” el pensamiento, sino el Testigo que lo observa. Hasta que no saltemos fuera del océano de la aflicción, no nos daremos cuenta de que no somos la aflicción, sino el Testigo de esa aflicción. El problema está en que el que ve, se identifica con los instrumentos de la visión.

 

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