Las claves del acompañamiento consciente

 

Si en el acompañamiento permanecemos en presencia y en estado de conexión interna, desde la flexibilidad, la sencillez, receptivos a todo lo que surja, con mirada de principiante y trascendido el juicio, sucede una integración natural de lo que va brotando en el proceso terapéutico. Al darse estas condiciones en el espacio de acompañamiento alcanzamos un encuentro profundo y esencial con el otro. Estas son las claves:

1. Desde dónde ejercemos la ayuda

Terapeuta y cliente son seres humanos adultos que conocen de las noblezas y desventuras de la vida y pueden compartir un espacio de consciencia y crecimiento. Si nos situamos “por encima” del cliente, lo veremos como un niño desamparado, y caeremos con facilidad en la tentación de proteger, infantilizándolo y “ocupando” el lugar de su progenitor. Pero si nos situamos internamente en la fuerza del adulto, también veremos al acompañado como una persona adulta, con recursos para gestionar la vida en los momentos en los que se enfrente a obstáculos.

2. No podemos dar lo que no tenemos

Cada persona puede dar lo que “tiene” donde internamente ha llegado y es coherente con su función. Algo tan obvio, puede desequilibrarse con facilidad en el contexto de la consulta terapéutica distanciándonos de la ayuda sana. Cuando el terapeuta no es consciente de dónde se sitúa internamente frente al cliente, puede sentirse “exigido” a dar toda clase de soluciones asumiendo un papel delicado, dejando de ver al cliente adulto capaz y eludiendo el buen hacer de “bucear juntos” en el espacio de comunicación y consciencia que la consulta supone.

3. Aceptamos: un acto de amor

Con frecuencia el terapeuta no ha observado suficientemente su sombra y siente el mismo rechazo que el cliente hacia aspectos de la propia vida. Surge entonces la parcialidad que trunca la distancia y el estado de presencia propios de la neutralidad precisa para ejercer una ayuda sana que otorgue fuerza y dignidad al cliente. Ejercemos la ayuda consciente cuando las circunstancias vitales de la persona ayudada son aceptadas internamente como derivada de una íntima comprensión de lo que subyace.

4. Cultivamos la compasión y el “darse cuenta”

Una ayuda consciente no es directiva sino hermanada, amorosa y compasiva, y no sólo hacia la persona a la que se ayuda, también hacia nosotros mismos. Así, la práctica sostenida de la observación y la silenciación supone un requisito de la ecuanimidad y la compasión cómo fuente de donde brota la capacidad de acompañar con plena consciencia y serenidad. Al poner nuestra ayuda al servicio de los demás se abre todo un mundo por explorar y “darse cuenta”. Acompañado y terapeuta crecen en consciencia para darse más cuenta de lo que tratan de negar, dándose una mejor integración y unificación psicológica.

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