“No se llega al alba sino por el sendero de la noche”.
Proverbio Náhuatl
Abrazar la profesión de terapeuta transpersonal es decir “Sí” a una labor, bella y a la vez desafiante, que requiere de nosotros una actitud de constante revisión interna como forma de vida. Pretender colocarnos en un lugar de asepsia y de “tenerlo ya todo resuelto” por el hecho de asumir el rol del acompañante supondría enmascararnos, simulando ser algo diferente a lo que somos, negando nuestra realidad pasada y presente, y distanciándonos de nuestra vulnerabilidad; de esta forma, bloquearíamos la posibilidad de generar un contacto auténtico con el otro.
Bien sabemos que, como terapeutas, no estamos carentes de heridas, como tampoco lo estamos del natural dolor de toda vida humana. De hecho, al revisar nuestro recorrido de vida, vemos que son precisamente nuestras heridas, y el consiguiente dolor, las que nos han impulsado a buscar la sanación y el crecimiento. Solemos decir, en este sentido que “el paciente profundo es el que nutre al terapeuta profundo”.
Ya sabemos que, en la medida en la que desplegamos la capacidad de entrar en contacto con nuestros lugares incómodos, iremos neutralizando el “hambre de placer” que por defecto acompaña la naturaleza de la mente humana y que representa un obstáculo a la hora de adentrarnos en la profundidad de nuestras contracciones y dolores.
Así, progresivamente vamos siendo más capaces de sostener el dolor que emana de nuestras heridas, a la vez que nos sumergimos en lo profundo, a sabiendas de que ese es el mejor “lugar” para sembrar algo nuevo. En este sentido, tocar el fondo del dolor, aunque a veces es extremadamente doloroso, también supone entrar en contacto con el más fértil de los terrenos.
“El yo psicológico, con sus heridas y claroscuros, sana con el amor incondicional que brota de nuestra esencia”.
José María Doria
Este “entrenamiento” supone haber intimado de forma directa con las resistencias naturales que afloran en los momentos de “tocar” allí donde aún la herida nos duele. Resistencias que, una vez acogidas desde una mirada inclusiva y compasiva, van aflojando y permitiendo el acceso al contenido que necesita ser tomado en el corazón.
El terapeuta que reconoce y honra sus propias resistencias podrá acompañar a otras personas en su propia “inmersión”, desde la certeza de quien conoce los tesoros que se ocultan en el interior del templo, más allá de las amenazantes figuras que custodian su entrada.
“Y yo querría rogarle, como mejor sepa hacerlo, que tenga paciencia frente a todo cuanto en su corazón no esté todavía resuelto.
Y procure encariñarse con las preguntas mismas, como si fuesen habitaciones cerradas o libros escritos en un idioma extraño.
No busque de momento las respuestas que necesita.
No le pueden ser dadas, porque usted no sabría vivirlas aún. Y se trata precisamente de vivirlo todo. Viva usted ahora sus preguntas.
Tal vez, sin advertirlo siquiera, llegue así a internarse poco a poco en la respuesta anhelada y, en algún día lejano, se encuentre con que ya la está viviendo también”.
Rainer Maria Rilke
Terapia Transpersonal
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