La vulnerabilidad abrazada
Conozco a una persona que irguió tantos muros de cemento alrededor de su corazón, que se olvidó de sentir.
Recorrió miles de kilómetros hasta llegar al rincón más remoto de sí para alejarse del dolor.
Sabia decisión, pues el dolor era grande, más grande que su pequeño cuerpo de niña. Cómo acogerlo, cómo llevar tan gran dolor.
La niña creció, y un día se dio cuenta de que el dolor… sólo duele. Viene de dentro, el dolor. Sí, viene de dentro y habla del corazón herido.
La mujer, entonces, hizo arder en llamas los muros, y cuando nada quedó de su privada Bastilla, ella se sentó en los escombros. Lloró y lloró todo lo que antes no había podido. Gritó y gritó; ahora podía oír su propia voz.
Y cuando nada quedó de aquel dolor, sopló una brisa fresca, suave como la caricia de una mano amiga.
Conozco a una persona muy querida que, desde entonces, anda abrazada a su vulnerabilidad.
Esa persona soy yo.
Escrito por:
Darina Nikolaeva
Responsable del Área de
Formación Continua EDTe
Tutora España
Psicóloga por la UAB
Terapeuta Transpersonal
Terapeuta Sistémica
Consultora Mindfulness Transpersonal