Si cada vez que me enfado con el otro, trato de encontrar la razón por la que estoy proyectando un enfado interno para poder verlo fuera, posiblemente amplíe la comprensión de mí mism@. Ante mi enfado, puedo preguntarme:
¿Qué veo? ¿Qué sucede? ¿Es más fácil buscar un chivo expiatorio que asumir la responsabilidad de mi propio mal-estar? ¿Qué ocurre cuando soy franc@ y reconozco lo que es “mío”?
Si cada vez que me quejo, tomo conciencia de que en realidad resulta más fácil quejarse que hacer algo para que las cosas sean distintas, tal vez cambie mi propio punto de vista y me de cuenta de que la queja no da fuerza, sino que la quita. Ante mi propia queja, puedo preguntarme:
¿Qué diálogo interno se genera? ¿Soy capaz de expresar mis necesidades en lugar de quejarme? ¿Soy capaz de asumir que lo que realmente sucede es que no me atrevo?
¿Qué hay en realidad tras el enojo y la queja…? ¿Tal vez MIEDO?
¿Has observado qué cambio físico, energético y de actitud se produce en ti cada vez que te animas a mirar de frente al miedo, sentirlo, tomar impulso y atravesarlo?
Si te animas a ello, tal vez descubras que se produce una alquimia interna muy interesante.
Paradójicamente, tras el agotamiento que supone afrontar y atravesar la emoción del miedo, se halla una gratificante sensación de saludable satisfacción, de vitalidad, de poder…
“¡Yo puedo!”
Y es probable que ese “poder” se exprese en otra parcela de la vida diferente, en un área que necesitaba un refuerzo.
Quién sabe si, incluso, la puesta en primer plano y afrontamiento de otro miedo que el anterior ocultaba, contribuya a hacer más pequeño al previo… Y así sucesivamente, convirtiendo a los miedos en lo opuesto a lo que su mantenimiento producía… De exasperación a fuente de fuerza; de estancamiento a crecimiento y libertad.
Al “morir de miedo” surge la posibilidad de renacer a un yo más expandido.
Sin duda, la forma de trascender nuestros miedos es crecer.
¿Te animas a probar?