Nuestro ego o identidad personal siente la necesidad de encontrar un fundamento estable para aquello que, en el fondo, sabemos que es ilusorio. Esta identidad no es otra cosa que la conformación sucesoria de un conjunto de ideas y creencias sobre uno mismo. Y todo ello basado en una interpretación subjetiva de los hechos de la propia historia de vida.
La búsqueda de una referencia sólida en el pasado para consolidar el ‘yo’ es tan inestable como lo es el intento de construir sobre arenas movedizas. Esta búsqueda tiene, además, un marcado componente anisogino como música de fondo.
El ser humano adulto suele “cerrar su pasado”, fijando una “narración” sobre su vida. Al respecto, podemos preguntarnos: ¿acaso soy tan sólo una historia?
¿Cómo solemos reaccionar ante los cambios en nuestra identidad?
Dado que la transformación implica en alguna medida la muerte o desprendimiento de una parte de nuestra personalidad, habitualmente preferimos seguir aferrados al “viejo yo” conocido, por mucho que algunos aspectos de éste nos limiten o incluso generen sufrimiento.
En este sentido, en la consulta terapéutica nos encontramos con una frecuente paradoja: por una parte, el cliente quiere mejorar su vida, pero… sin realizar ningún cambio sustancial. Los cambios, en general, nos asustan y nos resistimos a ellos de mil y una formas, olvidando que la transformación es ley de vida.
Lo cierto es que nuestra personalidad cambia, lo queramos o no. La mayoría de nuestros conflictos se producen, precisamente, por la resistencia al cambio: resistencia a crecer, a madurar, a que los hijos salgan de casa y se independicen, a envejecer…
¿Por qué nos resistimos? Evidentemente, porque aplicar una solución nueva implicaría decir adiós a determinados aspectos de uno mismo.
¿Por qué nos da miedo el cambio?
No podemos negar la necesidad de seguridad que sentimos como seres humanos; no es fácil vivir sin ningún tipo de referente estable. El problema deviene cuando nos aferramos a lo antiguo a costa de lo que sea. Dicen que los árboles menos flexibles son los primeros en caer en la tormenta; lo mismo nos sucede a las personas: a mayor rigidez, menos apertura a la vida tal cual llega.
El enfoque transpersonal aporta una solución transcognitiva a este problema; es posible subir y bajar la montaña sin perderse, es posible encontrar un referente sólido en el interior que nunca cambia…
La llave de la puerta está en anclarnos en la Conciencia Testigo, atestiguar los incesantes cambios de la superficie y saborear la quietud silenciosa que nos habita.