Un nuevo nivel de conciencia pide otro tipo de lenguaje.

 

Nuestra vida transcurre “con otros”. Somos seres sociales, y eso implica una relación cercana con nuestros semejantes. Vivir “con otros” requiere contacto y cómo se desarrollen estas interrelaciones influye en cómo nos sentimos.

La comunicación es el vehículo por excelencia de nuestras relaciones. Nos comunicamos con nuestros hechos, con nuestra presencia o nuestra ausencia, a través de lo que elegimos o descartamos, con lo que nuestro cuerpo y nuestros gestos expresan, y de forma muy explícita mediante el lenguaje: hablar y escuchar son uno de los medios más directos de comunicarnos.

Hablamos mucho pero no expresamos nuestro mundo interior casi nunca. Reímos y cantamos por fuera cuando en nuestro interior la tristeza merodea sutilmente. Puede que midamos nuestra comunicación por el número de seguidores en redes sociales o la longitud de las listas de contactos de nuestro email.

Sin embargo, anhelamos una verdadera comunicación de ser a ser, una comunicación que construya vínculos sólidos y exprese quien somos con autenticidad más allá́ del intercambio de información.

Necesitamos ser conscientes de nuestros sentimientos y las resistencias que nos dificultan escuchar y expresarnos abiertamente, comprender que la comunicación es un proceso de conexión con los demás y con nosotros mismos. El reto es escuchar y hablar conscientemente.

Tanto la escucha como la palabra son dos lugares esenciales para prestar atención, porque puede ser que la desatención socave y desvirtúe lo que expresamos y filtre o distorsione lo que creemos escuchar. Solemos comunicarnos de manera superficial: comunicamos cosas, pero no nos enseñaron a hacerlo desde nuestro estrato más profundo, y en ocasiones esta posibilidad nos atemoriza.

Por otro lado, las conversaciones de diferente tipo que mantenemos en nuestro día a día afectan claramente a nuestro sentir y a nuestro actuar, de modo que gran parte de lo que experimentamos se debe al modelo limitado de conversación en nuestras interacciones: a cómo nos hablan y a cómo hablamos.

Se ha podido comprobar mediante las técnicas de neuroimagen que no es necesario que el estímulo real al que reaccionamos con miedo o ira se presente, basta con nombrarlo y se activan las redes neuronales correspondientes. Las palabras por sí mismas activan estos centros emocionales en los núcleos amigdalinos cerebrales.

La inconsciencia con la que normalmente nos comunicamos rotura el campo de nuestro malestar sin que nos demos cuenta. Y es que las palabras tienen mucho más poder del que superficialmente les atribuimos.

Nos agredimos más de lo que suponemos con palabras, utilizando determinado lenguaje para describir situaciones, a otras personas y a nosotros mismos. Vocablos como odiar, matar o disparar aparecen en conversaciones habituales: “odio que me suceda esto”, “es para matarle”, “no me intrigues más y dispara”… Diseñamos campañas para “luchar” por cuotas de mercado y emprendemos la “guerra” contra las drogas o la pobreza.

Empleamos el tono violento en nuestros pensamientos: recuerda lo que interiormente dijiste cuando aquel coche te adelantó por el arcén, cuando olvidaste algo importante, cuando perdiste las llaves…

La forma en la que nos comunicamos puede devolvernos lo contrario de lo que queremos, resultando una interacción limitante y en muchas ocasiones generar más conflictos que paz.

Quizá sea momento de reflexionar acerca de nuestro modo habitual de comunicarnos, y preguntarnos desde “dónde solemos hablar”: si desde la cabeza, desde el corazón, desde la mente o desde los sentimientos, y si encontramos coherencia entre ellos cuando hablamos.

¿Qué propósito llevan nuestras preguntas? ¿Para qué preguntamos normalmente?

Mindfulness se revela como un eficaz aliado en “estar presentes “en nuestra comunicación, abriendo espacio para observarnos y hacernos conscientes de nuestros pensamientos más profundos prestando atención a lo que decimos y cómo lo decimos. Nos damos cuenta de las creencias limitantes de nuestro inconsciente: nuestro lenguaje es un reflejo perfecto de ellas y, si prestamos la suficiente atención, podremos descubrirlas y cuestionarlas. De ese modo, perderán fuerza y nosotros evolucionaremos hacia nuevos niveles de conciencia.

No es tan solo una cuestión personal de alcanzar cierto sosiego interno. La interconexión hace que tanto la paz interna como la ira interna se expandan sutilmente. Nutrir la paz pasa por nutrir dentro de mí aquellas partes donde puede crecer la paz. Cuando mi corazón sigue el ritmo cardiaco de la agresión o la violencia verbal, aunque no la manifieste con palabras, su campo magnético la irradia alrededor, impregnado y contaminando lo próximo.

Un nuevo nivel de conciencia pide otro tipo de lenguaje. Es necesario caer en la cuenta de que el nivel de conciencia y el lenguaje que utilizamos van de la mano. Si al hablar lo hacemos desde la desatención o la inconsciencia, el nivel de desatención de quien nos escucha se verá en cierto modo activado.

Si nuestras palabras salen de la boca, solo llegarán a los oídos del que nos escucha, pero si las palabras salen de un corazón consciente, apuntarán directamente al corazón lúcido de nuestro interlocutor. Entonces seguramente se abrirán paso nuevas formas de ver las cosas y nuevos cursos de acción más orientados a la abundancia que a la escasez, máscreativos y saludables, consolidadores de vínculos entre nosotros que atraviesen el personaje que creemos ser.

 

Consultor en Mindfulness Transpersonal