La exigencia de la agenda, una amenaza superficial.

 

No es extraño el sentirnos estresados por las amenazas de la agenda. Ante tan generalizado sentimiento nos preguntamos,

¿qué ha pasado en esta sociedad en la que parecemos habitantes de la exigencia y el esfuerzo? ¿Cómo actuar en paz sin incumplir los compromisos profesionales adquiridos?

El modelo mundial ha proporcionado mayor bienestar tecnológico, aunque a cambio parece nublar lo más recóndito de nuestro paraíso interior. El darse cuenta de nuestro agobio ya es una forma de diluir tal agobio. Al devenir conscientes colocamos a nuestro yo, ego o mente en el lugar que le corresponde. No como el amo, sino como un cauce por el que se expresa la vida.

No es de extrañar que sintamos inseguridad ante la incertidumbre de un mundo vertiginoso. Nadie quiere ser excluido por fracasar, por no servir, por no dar la talla, por no estar a la altura, por no poder confesar el agotamiento y el miedo ante esa situación en la que nos vemos evaluados. El arte transpersonal es sostenerse en la amenaza de la exclusión, fluyendo en ella y sin oponerla a la inclusión.

Es duro reconocer que por asegurar la propia reputación podemos negar nuestros valores profundos de verdad y belleza. Llegamos a preferir el condenar a inocentes y disfrazar la verdad que perder dicha reputación. Nos amenaza la posible pérdida del trabajo, o el hecho de ser objetos de críticas. Sospechamos que cuando nos subimos a la ola del éxito y crece nuestra espuma egoica, tarde o temprano asomará la otra cara de la moneda. En ese meollo, intuimos la existencia medicinal del sendero medio; moderar nuestro orgullo en la subida y también sostenernos con confianza en la bajada.

Bien sabemos que convertir cualquier amenaza en desafío constituye el arte de la actitud. Es decir, trabajar sobre uno mismo en vez de tratar de cambiar al mundo. El estrés que tiene una madre al trabajar de día en una casa complicada y dar pecho en la noche cada tres horas, no se cura regalando al bebé. Aquel profesional que tiene reuniones fatigosas por sostener su responsabilidad no resuelve entrando en ataques de rabia o desatendiendo su labor. Y qué decir de ese atleta que debe entrenar diariamente un número determinado de horas para lograr sus objetivos. O bien el artista de teatro que se la juega en cada función. Y qué sucede en el caso de aquel corredor de automóviles que le va la vida al entrar en una curva a 300 por hora. Si no se aprende a soltar resistencias, aceptar y fluir, podemos morir en vida.

El punto de partida para gestionar el estrés no pondrá su acento en modificar el mundo exterior de las acciones mediante recetas tales como, “diviértase, tome pastillas, tómese unas copas y sonría…”, sino que irá al nudo de la cuestión, ¿qué soy? Y desde el silencio que la pregunta conlleva implícita, volver al mundo y hacer desde el modo ser.

Extracto del próximo libro en edición de José María Doria. Inteligencia Transpersonal.

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