La Terapia Transpersonal

Un proceso de ginecología del alma  

 

 El terapeuta transpersonal tiene alma de viajero: muy a menudo emprende un viaje inteligente y amoroso al interior del otro. Este viaje bien podría titularse como “turismo iniciático”, que poco o nada tiene que ver el con el turismo convencional. En realidad, el proceso de la terapia transpersonal es, ni más ni menos, que un viaje a la belleza del alma humana, con todas sus luces y sombras.  

Durante un proceso de desarrollo transpersonal, el terapeuta acompaña insospechados episodios vitales que enriquecen, y ante los que éste es alumno de vida.  

Tal vez pensemos que un terapeuta tiene que tenerlo “todo solucionado” para poder acompañar a otro ser humano; sin embargo, habitualmente el terapeuta siente que, eso que le pasa “al de al lado”, casualmente es algo que en alguna medida también le ha pasado a él o a ella alguna vez.  

En muchas ocasiones se ha equiparado el proceso terapéutico con la transformación que vive la oruga hasta devenir mariposa. Esta metáfora, lejos de ser vulgar o negativa, nos habla de una de las palancas más importantes del crecimiento humano.  

La oruga siente que termina su ciclo y que va a morir… Lo que la oruga posiblemente no sabe es que, tras permanecer en su crisálida, desplegará unas bellas alas convirtiéndose en mariposa.  

Algo similar nos pasa a los seres humanos: cuando estamos inmersos en una de las crisis que cada x tiempo enfrentamos, difícilmente vemos más allá. Pareciera que el mundo se va a terminar, y que no saldremos nunca de la crisis. 

Sin embargo, los procesos de crisis son también de crecimiento; a su vez, con el crecimiento aparece el dolor emocional, que nos hace buscar y poner en marcha la espoleta de una “bomba” para muchos ansiada: se trata del cambio por el que madurar y aprender a vivir con plenitud.  

Las crisis anuncian cambios a los que habitualmente nos resistimos. Lo paradójico es que, precisamente por esta resistencia, sufrimos.  

La resistencia nos lleva a tratar de detener, inútilmente, el imparable proceso de abrir nuestra mente y nuestro corazón a la vida.  

Ni imaginamos que, tras las nubes, habrá una insospechada ampliación de nuestra autoconsciencia. Y, sin embargo, los terapeutas transpersonales, conocedores en propia carne de los ciclos de la vida, saben que tras la tormenta llega la calma y el cielo despejado. Es ley de vida: se trata tan solo de convertirse en un atento observador. 

 

La compasión es una forma de amor inteligente 

José María Doria 

 

En realidad, cuando la crisálida se abre y nos abrimos a un nuevo estado, se revela la lucidez. Pasada la tormenta y rota la crisálida, comprendemos que el anterior conflicto y el “descenso a los infiernos” sirvió de punto de partida de una importante toma de conciencia y, en muchos casos, de puerta de entrada a un camino renovado y más consciente. 

¿Qué hace el terapeuta transpersonal mientras uno se vive en medio de la tormenta?  

El terapeuta transpersonal atestigua el proceso de la persona a la que acompaña, mientras sostiene amorosamente… Y comprende. Comprende que, aunque duela, la crisis anuncia cambios anhelados: un cambio de trabajo, una autocomprensión más profunda, el fin o bien comienzo de una relación, etc.  

En cualquier diccionario etimológico podemos comprobar que la raíz etimológica de la palabra terapeuta proviene del antiguo término griego therapon–, –therapontos–. Este término parece tener varias acepciones, tales como servidor o escudero. Ambas tienen en común la actitud de servicio.  

Lo anterior tiene sentido cuando recuperamos la vocación más profunda del terapeuta: ponerse al servicio del crecimiento de otra persona. El terapeuta, cual escudero, le acompaña, le ayuda a ponerse la armadura o a quitársela cuando no la necesita. Está, sencillamente, “ahí”, disponible, sin ofrecer soluciones propias, sin opinar…  

Escucha en plena disponibilidad y presencia. El terapeuta transpersonal asiste al nacimiento de un yo más amplio y maduro; acaso asiste a la transformación de la oruga en mariposa, sin forzar el proceso ni tratar de acelerarlo, porque sabe que cada cosa en esta vida tienen sus propios tiempos. 

 


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