La educación formal viene colocándose en una permanente situación de estrés al tener que competir con la saturación del mercado de información en el que se ha convertido nuestra cultura.
Nuestra atención, cada vez más adicta a la estimulación, se hace más dispersa, y en esta estimulación informativa los niños cada vez se sienten más inquietos, tendiendo a demandar más motivación y a habituarse rápidamente a las innovaciones educativas.
La clave para salir de esta insatisfacción constante y sensación de que nos estamos perdiendo algo, tiene que ver con lo que nadie nos enseñó: cómo prestar atención. Éste es precisamente el objetivo de la Educación Mindfulness Transpersonal y estos son algunos de sus fundamentos:
Educamos por lo que somos y aprendemos por lo que vivimos
Educar va más allá de instruir y transmitir información almacenada en nuestra memoria. El educador se reeduca mientras descubre una realidad más amplia a través de los ojos del educando. En la labor educativa consciente, además del conocimiento académico, se tiene presente que la vida en sí es el escenario de aprendizaje.
Sosteniendo un profundo estado de presencia.
Es muy habitual en la vida, también en la labor educativa, que abandonemos el momento presente arrastrados por preocupaciones y pensamientos que nos sacuden del pasado al futuro, generando frustración y estrés. Desde ese lugar juzgamos con frecuencia las actitudes de nuestros hijos y alumnos. Ocupando un estado de presencia atravesaremos nuestra visión difusa de la realidad para ver al otro desde una mirada amplia y elaborar nuestra respuesta consciente.
No hace falta ser perfectos, basta con ser conscientes.
Mindfulness nos invita a aceptar que no es posible tener resueltas todas nuestras incoherencias para educar: nos reconocemos en un proceso de reeducación y mejora continua. Como adultos abiertos a mirar las heridas provenientes de nuestra educación recibida, seremos los andamios a los que se agarrarán los educandos para crecer en coherencia.
Practicamos la escucha atenta, el respeto y la actitud amable.
Un educador mindfulness trabaja en soltar resistencias, invirtiendo en su propio bienestar en la vida y en el trabajo elegido. Desde este lugar brotará la escucha atenta, la amabilidad y el respeto.
Atendemos las emociones en vez de reprimirlas.
En muchas ocasiones pretendemos racionalizar la emoción: “Ya para de llorar…”, “no es para tanto”, “no es normal que te enfades …” Así nos desconectamos de las emociones y su utilidad. Para resolver los conflictos es esencial dar espacio a la emoción.
Reconocemos la individualidad del educando, aceptándolo tal y como es.
No tenemos que cambiar ni transformar nada en sus formas de ser, nuestra labor es reconocerles tal y como son, más allá de que nos gusten o no algunos aspectos. Y esto es compatible con dejar de poner límites o señalar las conductas que supongan reflexión. Estamos hablando de reconocer que todo ser
merece ser amado más allá de sus habilidades y competencias. Y es que, con frecuencia, se nos olvida que no son piezas que tallar para que alcancen a ser eso que nos gustaría.
Observamos y soltamos nuestros juicios
Con frecuencia, olvidamos la importancia de ponernos en sus zapatos y hacer un ejercicio de cómo es ver las cosas desde el nivel de conciencia de un niño. El origen de buena parte de los conflictos entre educandos y educadores radican en que enjuiciamos su forma de estar en el mundo y comprenderlo. En lugar de entrar en lucha, preguntémonos qué le lleva a responder así, qué hay detrás de mi reacción, qué necesita este momento …
De la formación Experto/a en Educación Mindfulness:
Educación Mindfulness
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