La práctica Mindfulness llevada a la alimentación abre la puerta a un camino de observación y toma de conciencia de cómo y “desde dónde” nos alimentamos. Nos permite, a su vez, ser más conscientes del fondo emocional que yace tras la sensación de hambre, lo cual conlleva el despliegue de comprensiones profundas en torno a nuestra forma de relacionarnos con la comida. Comer con actitud Mindfulness es, en realidad, un proceso de autoconsciencia y transformación.
Todos hemos sentido ese impulso que nos lleva a comer y que llamamos “hambre”. Un impulso que podemos considerar básico, puesto que está ligado a nuestra supervivencia y vinculado con nuestros instintos más primarios. A lo largo de la vida, la manera en que vivimos y experimentamos dicho impulso va cambiando, pero es innegable que es parte de nuestra naturaleza, desde esa primera búsqueda instintiva del alimento nada más nacer.
Algunas personas, en ocasiones, experimentan ese impulso como irrefrenable, incontrolable o desmedido, y sienten que en gran medida están a su merced, lo que puede ser causa de mucho sufrimiento. Otras personas, por el contrario, afirman que han perdido el apetito y que raramente conectan con ese impulso natural, sino que más bien comen porque “es lo que hay que hacer”.
Para algunos, el acto de comer es un placer y un disfrute como pocos; para otros, es un trámite necesario y hay quien lo considera casi un suplicio, y esto puede ir cambiando en cada momento de la vida. Cada experiencia es única y el abanico de posibilidades ilimitado.
Quizás una de las prácticas Mindfulness más interesantes y reveladoras, sea precisamente la que podemos realizar llevando nuestra atención al proceso de la alimentación, atendiendo a todo ese conjunto de sensaciones que acompañan al acto de comer. Estar presentes y atentos mientras comemos es un ejercicio poderosísimo que nos abre a profundas comprensiones.
Llevar la práctica Mindfulness a la alimentación es sintonizar con nuestros sentidos y explorar a través de ellos; permitirnos descubrir en cada bocado lo que ese alimento nos ofrece, con mente de principiante y con genuina curiosidad; observar las sensaciones físicas, al tiempo que nuestros pensamientos y emociones, dándonos cuenta del impacto que la experiencia de comer tiene en todos esos ámbitos.
Si focalizamos nuestra atención en la sensación de hambre, tratando de descubrir el foco desde el que nace…:
¿Qué es lo que observamos? ¿Dónde sentimos el hambre? ¿Hay una parte del cuerpo en la que se percibe la sensación de hambre? ¿Es una sensación generalizada o se puede delimitar? ¿El cuerpo da señales de hambre? Y, en ese caso, ¿cuáles?
Aparte del cuerpo y de las sensaciones físicas, ¿hay algún otro foco desde el que nace el impulso de comer? ¿Quizás nuestra mente juega un papel en ello? ¿Qué dicen nuestros pensamientos?, ¿emiten juicios sobre el acto de comer o sobre la elección de los alimentos? ¿Son quizás los pensamientos los que nos llevan a rechazar o a elegir determinados alimentos frente a otros?
Y si llevamos la atención más allá del cuerpo y de la mente, ¿detectamos algún otro origen del hambre? ¿Qué papel juegan nuestros estados emocionales? ¿Acaso es nuestro corazón quien está hambriento?…
Todo un campo de auto-investigación que nos va a permitir descubrir que eso que llamamos hambre es en realidad un complejo entramado de sensaciones, pensamientos y emocionesque tienen lugar en el interior de nuestros cuerpos, mentes y corazones. Un entramado que podemos observar para tomar conciencia de los elementos implicados en el mismo.
La próxima vez que sienta el impulso de comer puedo preguntarme:
¿Quién tiene hambre ahí dentro?
Puede que entonces descubra que ha sido mi olfato el que ha despertado en mí una irresistible atracción hacia un alimento que desprende un aroma exquisito (hambre olfativo); o que más bien es mi mente la que me impulsa a comer, esgrimiendo argumentos irrefutables sobre la conveniencia de hacerlo en este momento y de una determinada manera (hambre mental).
También es posible que haya captado mi atención el crujir de unas galletas que está masticando alguien cerca de mí, y que dicho crujir haya disparado inmediatamente mis ganas de comer (hambre auditivo).
Y en esta indagación podremos distinguir hasta nueve tipos de hambre diferentes, que no son otra cosa que experiencias; experiencias que podemos observar desde esa actitud de aceptación y no juicio que caracteriza al enfoque del Mindfulness. De esta forma abrimos la puerta a comprensiones profundas y a los movimientos de transformación que de ellas se pueden derivar.
Entre esos nueve tipos de hambre, algunos de los cuales ya hemos mencionado más arriba, siento que merece especial consideración, por sus peculiaridades y por su impacto, el hambre del corazón.
¿Has observado en alguna ocasión que, ante un determinado estado de ánimo, tendías a comer más? ¿Acaso comes con la esperanza de deshacerte así de emociones que te resultan incómodas? ¿Comes porque te sientes sólo, aburrido, triste o ansioso?
Así se manifiesta el hambre del corazón, un hambre que dificilmente podrá saciarse con alimentos físicos y que reclama ser atendido de manera más profunda.
¿De qué tiene realmente hambre tu corazón?
Acoger con amor esta pregunta y su correspondiente respuesta ofrece liberación y expansión a quien se abre a ello, en el camino de la Alimentación Consciente.
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Escrito por:
Haiyue Uyá
Terapeuta Transpersonal
Profesora de Alimentación Consciente