Las personas dedicadas a la docencia experimentan a la vez la belleza y la dureza de su labor. Si se limitan a tener conocimientos intelectuales sobre determinadas áreas, nos encontraremos ante la figura del “experto”, pero no con el “maestro”. Muchos estudios vienen arrojando datos que reflejan un alto índice de ansiedad, depresiones o frustración entre las personas que se dedican a la enseñanza. Y es que se trata esta de una hermosa tarea vocacional, pero puede suponer una fuente significativa de estrés para quienes la profesan.
En general vivimos procesos con un resultado contractivo no solo debido a factores externos, en los que seguramente no podemos incidir demasiado, también a otros ingredientes internos que tienen que ver con la manera de colocarse ante la situación. Las personas que ejercen la docencia, y cualquier otro profesional, podemos mejorar nuestras habilidades para afrontar el estrés, aprender a vivir de una forma más conectada y sintónica con nosotros mismos y con los demás y adquirir la práctica de alimentar la serenidad y la paz interiores para nuestra vida, incluyendo nuestro trabajo.
Mindfulness es una herramienta contrastada para, entre otros, la gestión del estrés. La mejor noticia es que, además, nos puede permitir que recuperemos el timón de nuestra vida. Mindfulness no abre la puerta de un desarrollo transpersonal que supone una vía por la cual vivirnos con mayor plenitud, al tiempo que nos convertimos en referentes (educativos) más coherentes, más conscientes.
Se ha comprobado que el entrenamiento de los docentes en mindfulness reduce su estrés, las bajas por enfermedad médica, la depresión o el burnout, y ayuda a que disfruten más de su vocación educadora.
¿Qué pasaría si los “adultos conscientes” decidieran trasladar a las aulas esta mirada ante la vida? ¿Qué sucedería si, en vez de esperar a ser adultos y tener que desaprender multitud de patrones de respuesta tóxicos, aprendiéramos a auto observarnos desde pequeñitos?
La invitación es que quienes se dedican a la enseñanza, además de contar conocimientos de las materias que enseñan, sean verdaderos maestros en el arte de vivir:
– Profundidad, serenidad interior, sabiduría para afrontar situaciones difíciles
– Apertura de corazón y mente
– Sintonía interna
– Capacidad de relacionarse con los otros
Además de compatibles, son desarrollos que reforzarán la adquisición de conocimientos necesarios en cada etapa del niño o del joven.
Posiblemente todo esto no se enseñe en ninguna de las universidades a las que asistieron, pero esencialmente es lo que los educadores pueden transmitir a sus alumnos que será realmente útil para su vida, más allá de los conocimientos que probablemente olvidarán.
La experiencia mindfulness que el docente lleve al aula, será un regalo que perdurará en el tiempo y en la vida de quienes lo reciban. Además, encontrarán con ella el modo de situarse ante las exigencias y el estrés que la labor educativa suele traer consigo.
Está demostrado científicamente que el Mindfulness reduce los índices de ansiedad, depresión, preocupación, quejas de salud y ayuda a la regulación y gestión emocional, además de favorecer el nivel psicofisiológico, mejorando las funciones cardiacas, musculares y respiratorias, por lo que puede ser una herramienta eficaz de autorregulación emocional, prevención del estrés y facilitación de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Más que por lo que decimos, educamos por lo que somos. La educación consciente requiere situarnos en conexión interna, caminar hacia el autodescubrimiento y la aceptación, comprometernos con la superación de nuestros propios patrones erróneos y el desarrollo de la conciencia. En caso de emprender este camino, nuestro comportamiento automático y no examinado se diluirá y dejará de contaminar nuestra labor. Este trabajo personal profundo de desautomatización será el garante de una labor educativa coherente y genuinamente amorosa. La Atención Plena es un buen vehículo en el que emprender esta aventura de interior de crecimiento y descubrimiento.
