Segunda clave para vivir relaciones pacíficas en tiempos de tormenta

 “Pongamos primero orden en nuestra comunidad interna”

En este post seguiremos profundizando y desarrollando claves del apasionante reto de cómo vivir relaciones pacíficas en tiempos de tormenta.

En el anterior post: 1ª clave: “Somos sistémicos, somos en relación”, compartíamos sobre la importancia de desplegar una comprensión sistémica de nosotros mismos, y del ser humano en general, para lograr equilibrio en nuestra gestión del complejo mundo de las relaciones.

Apuntábamos, asimismo, al aspecto relación como elemento constituyente del ser humano. Lo cierto es que no solo somos parte de nuestra familia y no solo nos relacionamos con las personas que nos rodean; además de nuestras relaciones externas, cada uno y una de nosotras contenemos, “de piel para adentro”, una gran “comunidad” de sentimientos, creencias, formas de pensar y de percibir.

En este sentido, para vivir unas relaciones familiares pacíficas y en las que fluya el orden, será necesario asistir al mismo tiempo a la familia interna de yoes que cohabita en nosotros.

De hecho, el logro de una convivencia más pacífica y colaborativa en nuestra familia se hace más alcanzable si comenzamos por nuestra propia “familia interna”.

Comencemos por la familia interna…

Es posible que todos los dragones que habitan en nuestras vidas no sean más que princesas que solo están esperando a poder vernos alguna vez bellos y valientes. Es probable que, en lo más profundo de su ser, lo terrible no sea más que algo desamparado que necesita de nuestra ayuda.

Rainer María Rilke

Como señalábamos en el post : 1ª clave: “Somos sistémicos, somos en relación”, hay muchos “yoes” dentro de “nosotros” que tratan de abrirse paso y de convivir con los demás como buenamente pueden.¿Todavía se te hace extraño pensarte a ti mismo desde este prisma? Si es así, te invitamos a llevar a cabo la siguiente propuesta de autoindagación:

“Yo soy Juan/Laura/Marta (di tu nombre)…

¿Quién es y cómo es en realidad Juan/Laura/Marta…?”…

Aunque encontraras una palabra para definirte, pregúntate

¿Este término me define en mi totalidad?

Tal vez sintamos que somos pensativos / emocionales / iracundos / generosos / amorosos / envidiosos…

Pero… ¿Somos “siempre” y “todo el rato” así? ¿Deberíamos de incluir más términos para acercarnos a “cómo somos”?

Tus respuestas a estas cuestiones te van a ir dando pistas para comprender con mayor profundidad el concepto de “familia interna”.

Quizás hay otra gran pregunta, y es si realmente nos atrevemos a asomarnos a la gran comunidad que habita dentro de nosotros.

Tal vez temes –o reconoces haber temido en el pasado– mirar en tu interior, por miedo a lo que allí pudieras encontrar. Pero no querer conocer por temor no hace que un aspecto o forma de sentir o de pensar desaparezca así como así, ¿verdad?

De nuevo, al igual que una familia, el hecho de que un primo no nos caiga bien, no significa que deje de ser nuestro primo. Podemos renegar de él, dejar de verle e incluso de hablarle…, pero jamás dejará de ser nuestro primo.

Lo mismo sucede con nuestro mundo interno: aunque un aspecto no nos guste, aunque lo rechacemos y escondamos en lo más recóndito de nosotros mismos, seguirá existiendo.

Todos, posiblemente sin excepción, tenemos dentro una “cárcel de Alcatraz” en la que desterramos aquellos aspectos más vergonzosos, temerosos, políticamente incorrectos…, de nosotros mismos.

¿En qué momento se crea esta “cárcel de Alcatraz”?

Comenzamos a edificarla desde la temprana infancia, cuando las personas que cuidan de nosotros nos transmiten que determinadas emociones, palabras, creencias…, en definitiva, “formas de ser”, resultan “impresentables”:

“Los niños no lloran” – ante la vulnerabilidad

“Las niñas deben mostrarse dulces y calladas” – ante un enfado

“Eres un perdedor” – por no haber ganado la carrera

“Así no vas a llegar a ninguna parte” – ante una mala nota escolar

Etc.

Etc.

Etc.

… Este tipo de inputs, que quizás ahora mismo no nos parecen tan importantes, de pequeños nos condicionan profundamente y hacen que aprendamos, desde muy pronto, a desterrar grandes “partes” de nosotros mismos.

Estos mensajes, explícitos o implícitos, van dejando una huella en nuestra psique, que más tarde se sigue activando ante situaciones similares. De esta manera, la niña a la que se le censuraba el enfado tenderá, en la edad adulta, a autocensurarse cada vez que asome en ella la emoción de la ira. La niña devenida mujer ha relegado la natural emoción de la ira en su propia “cárcel de Alcatraz”.

En realidad, el problema no está tanto en que de pequeños aprendiéramos que hay determinadas emociones que “no está bien sentir” o determinados pensamientos que “no está bien pensar”. De hecho, esto es lo natural, ya que un niño necesita adaptarse a su entorno para sobrevivir y ser aceptado por su comunidad o familia.

El problema radica más bien en que, siendo ya adultos, habitualmente seguimos llevando a cabo los mismos patrones que cuando teníamos 2, 3 o 10 años.

Siguiendo con el anterior ejemplo, cada vez que la ira se asome por una de las ventanas de la cárcel, la mujer sentirá una especie de alarma, y posiblemente también sentirá temor a desbordarse.

Y, ¿cómo se controla a un preso que muestra intenciones de salir de la cárcel?… Con una firme y dura seguridad. En el caso de la mujer del ejemplo, quizás su seguridad o “cuerpo de policía” consista en activar desde una dura voz autocrítica, hasta formas de autocontrol extremas, tales como: machacarse el cuerpo con una sesión de deporte extrema, comer compulsivamente, odiarse profundamente a sí misma…

El nivel de radicalidad y de oposición entre el “exiliado en la cárcel” y la actitud de la “policía interna” dependerá del grado de dolor que contengan los recuerdos y vivencias del pasado de las “partes desterradas”.

Si afinamos un poco más la atención, nos daremos cuenta con facilidad de que tal cuerpo de “policía interna” posiblemente se corresponde con las voces que, de pequeña, reprendían a esta mujer cuando mostraba un mínimo enfado; se trata, normalmente, de voces de figuras de autoridad: mamá, papá, los profesores…

Inevitablemente, la mujer de nuestra historia se encontrará con muchas personas de su entorno que, a modo de espejo, le recordarán lo que no debe dejar salir de la cárcel…

Este ejemplo es, en realidad, una pequeña batalla de la gran guerra que muchas personas viven en su interior y en su exterior cada día.

Lo cierto es que, internamente, solemos estar en lucha constante contra nuestros propios “exiliados”; para contenerlos, necesitamos dedicar grandes dosis de autocontrol, con tal de mantener un mínimo equilibrio que, por cierto, está en constante riesgo de derrumbe.

A la guerra interna se le añade el hecho de que tendemos a reproducir en nuestras relaciones externas lo que vivimos “de puertas para adentro”: en el seno de nuestra “comunidad de yoes”. Las personas con las que tenemos un vínculo estrecho frecuentemente nos hacen de “espejo” de nuestro mundo interior.

Lo que nos irrita de los demás, en realidad nos irrita de nosotros mismos

Cuanto mayor es la guerra interna con nosotros mismos, más crece la guerra externa.

Si tendemos a evitarnos a nosotros mismos, sumergiendo un gran número de aspectos y emociones no reconocidas, nuestras relaciones internas tenderán a volverse disfuncionales; en consecuencia, las relaciones externas evolucionan también disfuncionalmente.

Si te resulta difícil establecer el hilo conductor entre tu “familia interna” y la “externa”, puedes hacer tu propia autoindagación:

¿Qué aspectos de los demás suelen “sacarte de tus casillas”?

¿Te dice algo de ti el hecho de que sea un mismo tipo de actitud por parte de los demás la que te irrita?

¿Cuándo sabes que “han dado en la tecla”, es decir, ahí donde más te duele?

¿Tienes la absoluta seguridad de que esa persona que te ha dicho X lo ha hecho con la intención de herirte?

Si tu respuesta es sí: ¿tienes la seguridad de que toda persona que “te saca de tus casillas” lo hace siempre a sabiendas de que lo logrará, es decir, que siempre tiene esa intención oculta?

Tus respuestas a estas preguntas también te pueden dar pistas interesantes…

¿Por qué a uno le sienta fatal que le remarquen lo que puede mejorar de algo que ha hecho y, sin embargo, a otra persona el mismo comentario le da un empuje motivador para mejorar?

¿Quizás porque el primero tiene desterrada una “parte” que contiene sentimientos de fracaso e imperfección, y el segundo porque no tiene esa parte exiliada (tendrá otras, sin duda)?

¿Qué hace la primera persona con su “parte fracasada”? No la mira, la destierra; de hecho, la teme… ¿Qué ocurriría si se acercase a esta “parte” tan temida? Por qué la tema tanto?

Seguramente, lo que teme es confirmar el sentimiento de fracaso. ¿Y si ese sentimiento de fracaso fuera tan inocente como lo pueda ser un niño que se siente infravalorado bajo la mirada de un papá duro que nunca le reconoce?

En realidad, las partes de nuestra psique o yoes internos desterrados son manifestaciones de aspectos duros, dolorosos o vergonzosos de nuestra vida; debido a la carga de dolor o humillación que han vivido en momento dado, se han visto forzados a adoptar roles extremos.

Si comprendemos, por ejemplo, que el sentimiento de temor y vergüenza que sentimos tan profundamente, y que tratamos de ocultar a toda costa, corresponde al sentimiento que teníamos de manera constante en una etapa temprana, tal vez nos resultaría más fácil sentir compasión hacia nuestro temor y vergüenza.

Esta comprensión nos permite comenzar a revertir las relaciones disfuncionales que mantenemos internamente con nosotros mismos.

En este punto, se ve con claridad que el nivel de sosiego o de “guerra” con el que nos vivimos internamente no tiene tanto que ver con cómo somos y qué tipo de emociones y pensamientos tenemos, sino con cómo nos relacionamos con todo ello, en especial con los aspectos dolorosos de nuestra vida.

En la medida que los integrantes de nuestra comunidad interna de Yoes se van sintiendo aceptados y más confiados de que no sufrirán fuertes reprimendas por parte del “cuerpo de seguridad interior”, paradójicamente comienzan a transformarse.

Cuando esto sucede, estamos con mayor disposición de aceptar a los demás tal y como son. Sin hacer grandes esfuerzos, nos descubrimos menos reactivos frente a quienes anteriormente eran nuestra “fuente” de conflicto y malestar. Sucederá que, al comprender y aceptar mejor a nuestros propios “desterrados”, comprenderemos al mismo tiempo con mayor compasión que las contracciones emocionales del otro tienen que ver con sus propios “desterrados”

Terapia Sistémica Transpersonal

 CHARLA EDT21 YO INTEGRADO Y SANO