Los servicios de emergencias comparten que, al rescatar accidentados de tráfico, frecuentemente se “ocupan” por el futuro más que por expresar el dolor. Aunque sea muchísimo el que sienten en ese momento, queda desatendido a cambio del sufrimiento mental que conlleva imaginar lo que puede sobrevenir. Y suelen aparecer preguntas de tipo: ¿Podré caminar?, ¿se quedará bien mi amigo?
No es preciso acudir a situaciones extremas para que en nuestra mente aparezcan pensamientos que “no deberían estar” por traspasar los límites inculcados en nuestra infancia, pero es inútil recriminarnos o intentar “borrarlos del mapa”. Siguiendo el viejo principio de que “a lo que te resistes, persiste”, con nuestra lucha no hacemos sino reforzarlos.
Cuando un contenido mental “prohibido” se aproxima a nuestra conciencia, se dispara lo que Freud llamaba “angustia señal”, que no es más que el miedo que nos invade cuando una experiencia interna no deseada se va abriendo paso en nosotros hacia la superficie. Tememos que escape el tigre que llevamos dentro y que, frecuentemente está ampliado por nuestras fantasías de descontrol. Esto puede resultar especialmente difícil si crecimos en un entorno en el que “flotaba” que el mero hecho de pensar en actos censurables es ya de por sí “malo”.
La práctica de la atención plena nos ayuda a ser conscientes de nuestros impulsos antes de llegar a la acción. En vez de rechazar determinados contenidos mentales, se nos invita a aceptar lo que se presente desde una distancia de desidentificación y, por tanto, de libertad en la respuesta. Esto nos ayuda a reducir la intensidad de la angustia señal y, con el paso del tiempo, nos hacemos amigos de una mayor o menor parte del contenido de nuestra mente, nos familiarizamos con él de forma que cada vez queden menos sorpresas internas con el poder de asustarnos.
La consciencia observa la mente.
Buena parte de a actividad mental se desarrolla mientras pasamos mucho tiempo perdidos en nuestros pensamientos e inconscientes de la experiencia del momento presente, lo que genera un gran esfuerzo, una considerable pérdida de energía, y el consiguiente cansancio o estrés. Simplemente cambiando esto, la perspectiva varía por completo. Tan solo parando unos instantes que nos permitan dejar de vagar perdidos y sin rumbo en nuestros ruidos mentales, formados por planes, preocupaciones y recuerdos.
Un método tan sencillo como eficaz es regresar conscientemente a nuestro cuerpo, prestar atención a sus sensaciones. Es lo que llamamos pasar del modo “pensar” al modo “sentir”. Haz por unos instantes la prueba y experiméntalo por ti mismo:
Prueba a parar parar un minuto y cambiar el “modo” por defecto desde el que frecuentemente vives, y así cambiar el “modo pensar” por el “modo sentir”:
¿Puedes sentir en este instante las sensaciones de la respiración en tu cuerpo? ¿Y las sensaciones táctiles del aire rozando tu piel? ¿Puedes sentir los músculos de tu cara y relajarlos conscientemente? ¿Piensas en ello o eres capaz de sentirlo directamente?
Esta es una de las prácticas primeras y sencillas en el entrenamiento de la atención. Algo tan sencillo nos permite transitar por un camino que favorece la perspectiva, el equilibrio y la libertad, que posibilita las condiciones para responder en vez de reaccionar. Porque al entrenarnos en permanecer en contacto con nuestro cuerpo, dejamos de estar perdidos en el mundo ilusorio y en el laberinto de nuestro parloteo mental, y regresamos al “aquí y ahora”.
Si te fijas es lo único real.
No basta con entender o saber, se trata de experimentar.
Un paseo por los sentidos
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