3ª clave: “Extender el orden”: de la comunidad interna a la familia externa
En este tercer post seguimos profundizando y desarrollando claves del apasionante reto de cómo vivir relaciones pacíficas en tiempos de tormenta.
En los dos posts anteriores: 1ª clave: “Somos sistémicos, somos en relación” y 2ª clave: “Pongamos primero orden en nuestra comunidad interna” compartíamos sobre la importancia de desplegar una comprensión sistémica de nosotros mismos, y del ser humano en general, para lograr equilibrio en nuestra gestión del complejo mundo de las relaciones.
Comprendida la importancia de conocer a los miembros de nuestra comunidad interna, sobre todo a aquellos que permanecen encerrados en nuestra particular “cárcel de Alcatraz”, estamos en disposición de mejorar también nuestras relaciones externas.
¿Cómo pasar de vivirnos en guerra a experimentar mayor paz en nuestras relaciones internas y externas?
En los dos posts anteriores quedaba patente que nuestra tendencia es la de querernos liberar de lo que no nos gusta.
En general, lo último que se nos ocurriría es que el hecho de acercarnos con curiosidad y compasión hacia aquellas partes de nosotros mismos por las que sentimos temor, odio, rabia o vergüenza, pueden desencadenar una mejoría insospechada.
Lo mismo nos sucede con el “afuera”, es decir, con aquellas personas que “nos” irritan, atemorizan, avergüenzan… Si en vez de reaccionar con agresividad, victimismo, vergüenza o con cualquier otra reacción emocional que suma contracción a la situación, nos detenemos un instante y tratamos de comprender, con actitud curiosa, qué le está sucediendo en realidad al otro, contribuimos a “desactivar el detonador de la bomba” del conflicto.
Quizás resulte sorprendente el hecho de que es posible pasar de odiar, temer, rechazar, ignorar, sentirse abrumado…, a sentir curiosidad y compasión con solo poner consciencia en lo que “hay de fondo”.
Podemos cultivar la curiosidad, por ejemplo, con nuestra ansiedad: en vez de atacar o de ignorar este estado emocional, podemos centrárnos internamente en cómo sentimos físicamente la ansiedad; tal vez la sintamos como un nudo en el estómago o en la garganta, o como tensión física en todo el cuerpo… Podemos, incluso, tratar de conocerla un poco más, planteándole preguntas, tales como:
¿De qué tienes miedo?
¿Qué te preocupa?
¿Qué me quieres mostrar?
También puedes preguntarte internamente: “¿Qué temo que ocurra si dejo de sentir ansiedad?”. ¿Te habías planteado la posibilidad de que tu ansiedad cumpla una función determinada?
Podemos ejercitar la curiosidad también con aquellas personas que en un momento dado hacen o dicen algo que nos genera malestar. En rstos casos, nuestra reacción suele ser la de ponernos a la defensiva; pero, si nos detenemos y ponemos consciencia en esta reacción automática, tal vez nos demos cuenta de que no reaccionamos porque alguien nos ataque, sino más bien porque tememos que el ataque pueda activar nuestras partes y sentimientos desterrados. Tememos que, si esto ocurre, se pueda despertar de nuevo la insoportable sensación de no ser valorados, de ser humillados, castigados…
El “daño” que sentimos producido por las personas que nos rodean en general poco o nada tiene que ver con una situación objetiva. Solemos sentirnos dañados porque nuestra caja de resonancias del pasado se activa, y volvemos a sentir las heridas no curadas.
Podemos decir que no son los sucesos y reacciones de las personas con las que convivimos las que nos dañan de una forma directa, sino que son los yoes que se activan en nosotros ante determinadas situaciones, y nuestra forma de relacionarnos con estos.
En este sentido, a medida que nos vamos conociendo a nosotros mismos y ampliamos nuestra autoconsciencia, se va dando de una forma natural un mayor orden interno. Este orden nos hace ser más resilientes ante situaciones potencialmente conflictivas y dolorosas de nuestro presente.
A mayor paz en nuestra comunidad interna, mayor cooperación se da entre nuestras partes, incluso entre aquellas que inicialmente nos parecían irreconciliables. A mayor cooperación, más crecimiento interno, puesto que todo nuestro sistema se pone a favor de una gestión creativa del presente.
Cuando experimentamos esto internamente, devenimos más autónomos y, por tanto, menos condicionados por el entorno: nos mostramos menos susceptibles ante antiguas provocaciones, somos más capaces de ofrecer respuestas que pueden contribuir, incluso, a apaciguar las “alarmas” en el otro.
Así es como el orden de la familia interna se extiende a la familia externa. Así es como la guerra cesa y da lugar a un escenario más pacífico, donde sí es posible la cooperación.